viernes, 31 de octubre de 2014

A MARTE 18

El despertador sonó a las siete de la mañana en punto.
Era un hermoso día domingo, lleno de sol, el cielo despejado y a esa hora no hacía tanto calor.
Mientras regaba sus plantas, aún con su pijama puesto y su cara dormida, aparecía sin permiso el joven atento de la noche anterior en su mente.
¿Cómo no lo había visto antes?¿Se habría mudado hace poco?¿Conocía a Milo?¿Viviría solo o con alguien más?
Muchas preguntas para horas tan tempranas. Lo mejor era comenzar a preparar el desayuno.
Un rico café (oscuro como el pelo de su vecino), tostadas con mermelada de frutillas (ese color rojo era semejante a los labios del vecino)...
"Ok, basta de este tipo en mi cabeza. Basta de mis revoluciones hormonales. Basta" pensó enfurecida.
Mientras clasificó las nuevas especies florales, ordenó ciertos archivos dentro de su jornada laboral, nadie se cruzo: ni Milo, ni Jonás ni Don Silencio.
El tema, el problema fue a la noche.
Con las altas temperaturas de esta nueva primavera ardiente, donde era común vivir con 
50 ° a la sombra, era como un homicidio dejar sin darle agua a las plantas.
En el fondo, ella sabía que era puramente una excusa y luchaba fervientemente con esa culpa que iba a apareciendo a medida que la noche avanzaba.
¿Qué culpa? Después de todo, ella no había hecho nada malo. Apenas lo había mirado y lo saludó de lejos. No hubo ni siquiera un roce, ni un apretón de manos, menos que menos, un beso de saludo.
¿Acaso se sentía culpable por no poder olvidar aquella mirada tierna de ese nuevo hombre guapo que simplemente le ayudó cuando estaba exhausta?
Respiró profundamente, agarró su bicicleta y salió tratando de distraerse con cualquier cosa que mirara. 
Aún habían negocios abiertos...
Pedaleó sin parar, desgastando esa adrenalina por no saber si se cruzaría nuevamente con Jonás. Pensó cómo lo saludaría en el caso de topárselo. Consideró que no podía ser muy seria (parecería asquerosa) ni demasiado risueña (parecería una estúpida). Se arrepintió de no ponerse algo más linda, pero al mismo tiempo, se convenció de que no era necesario, pues, después de todo, ¿por qué querría que la viera linda? Ella era así, natural, a cara lavada, con ropa cómoda.
El short de jeans ecológico, su top blanco a lunares rojos, sus sandalias realizadas de fibras naturales y su infaltable cinta (en este caso era roja) en su pelo demostraban su look descontracturado.
Llegó a destino y esta vez no quiso mirar al cielo. Tampoco quiso darse vuelta y ver si estaba Jonás del otro lado de la calle. Estaba nerviosa y cuando eso sucede en la puerta de una casa, lo más factible es que no encuentres rápido las llaves o tarjetas dentro de tu bolso, cartera o mochila. En su caso, la copia de la tarjeta.
Y fue así, que sin darse cuenta, de pronto estaba su nuevo vecino detrás suyo, mirándola de forma curiosa, riéndose en voz baja de la situación cómica desde su punto de vista.
"Si buscas tranquila, vas a encontrarla" le susurró desde atrás.
"¡Ay!¡Qué susto nene! " gritó pegando un gran salto.
"Todavía hay tiempo para tomar un café si quieres. Como para terminar el día, como la frutilla del postre. Ojo, no es una cita ni nada de eso, es que yo estoy más sólo que un preso y tú me has caído bien" dijo Jonás con una linda sonrisa que dejaba entrever sus dientes blancos perfectos.
Ella se quedó muda. No sabía qué hacer y comenzó a temblar.
"No soy un asesino serial ni un depravado. Ni siquiera te invito a mi casa, porque no corresponde. No olvides que más allá de todo, estamos en iguales condiciones, porque yo realmente no sé quién eres..." afirmó.
Tenía razón...el jodido vecino tenía razón.
"Conozco un café frente al Parque de Meteoritos, sólo un rato porque tengo que hacer varias cosas" dijo finalmente ella.
"Claro, vamos" le respondió.
Ella iba caminando con su bicicleta a su derecha y a su ¿nuevo amigo? a su izquierda.
Era una noche llena de estrellas brillantes, perfecta... pero no quería levantar la vista para no recordar a Milo.
Don Silencio apareció sin permiso, como siempre. Iban entre ellos con una risa de costado.

jueves, 30 de octubre de 2014

A MARTE 17

Milo había dormido apenas cinco horas en su cabina. 
Siempre había odiado despertarse con los rayos del sol en su cara, sin embargo lo extrañaba.
Extrañaba el calor, la luz, la brisa, el oxígeno, respirar y caminar.
Extrañaba estar en su oficina con sus cosas y estar en el espacio pero con los pies sobre suelo terrestre.
"Mi vida, mi querida Bru, tú eres a quién más extraño. Extraño tu risa, tu piel contra la mía, tu boca y esos labios carnosos mordiéndome... extraño tu perfume a flores, tus ocurrencias y tu locura... extraño hacerte el amor como tu quieras... salvaje, romántico. Haces de mí lo que se te antoja. Maldita chiquilla del demonio...te adoro, te amo con todo mi ser hermosa de mi universo... Ni siquiera la infinidad del espacio se compara con mi amor por ti." pensaba un Milo angustiado.
Y prosiguió, ya con los ojos rojos de aguantar las lágrimas:" No sé si haber elegido venir a esta misión fue una buena decisión. Lo que sí sé es que apenas llegue te pediré matrimonio, aunque ya nadie se case... es una costumbre que se ha perdido con los años, pero no me importa... a veces creo que eres una mujer del pasado. Bah, a quién engaño, eres la mujer de mi vida." Y lloró.
Miles de kilómetros más abajo, en la Tierra, Brunella volvía de haber pasado otro día estudiando nuevas especies de flora. Agotada, pedaleando con las pocas fuerzas que le quedaban llegó a la casa de Milo. El sol caía sobre la ciudad dejando a la vista un cielo anaranjado y despejado. 
Brunella contempló las estrellas que se iban asomando y recordó a Milo. Sintió latir sus labios como si le estuviesen pidiendo un beso.
"Oh... hace tanto tiempo que no vibro con un beso..." pensó nostálgica.
De repente, la tarjeta de entrada se le escapó de la mano, cayendo con tanta mala suerte, dentro del desagüe. 
En aquel momento quiso largarse a llorar de rabia, trató desesperadamente de meter su brazo por aquella hendidura oxidada pero era muy corto.
Sin tarjeta no podía ingresar a la casa. Y su casa estaba lejos para ir caminando, además del cansancio que tenía. 
Cuando su mente estaba revolucionada y su cuerpo cansado era difícil tomar una decisión. Los pensamientos e ideas parecían haberse anulado, entrado en una especie de pausa obligatoria.
Se soltó el cabello y no le importó parecer una loca despeinada. Era en aquel instante donde Milo estaba para tranquilizarla y hacer que se calme con tan solo abrazarla.
Pero estaba sola... cansada, con hambre y sin poder entrar a ninguna de sus casas.
Qué ironía.

La noche se hizo presente y Brunella seguía sentada sobre la vereda.

"Hola,¿puedo ayudarte"
La joven alzó su mirada y se encontró con aquel hombre, seguramente de su misma edad.
La primera impresión fue buena, su rostro era puro, fresco y sus ojos reflejaban ternura. 
Jonás se quedó esperando que ella reaccionara. 
Brunella se había quedado petrificada ante él. Al fin y al cabo, era un desconocido. Se levantó del suelo y trató de dar unos pasos hacia atrás, acomodándose al mismo tiempo su loca cabellera revolucionada. 
Sus mejillas se sonrojaron.
"¿Estás bien?" volvió a preguntar Jonás, algo preocupado.
"Sí...bah, en realidad no" dijo ella nerviosa."Es que me quedé fuera de casa" continuó diciendo.

Allí yacían, sobre la vereda ardiente y bajo el cielo negro estrellado, la joven ecologista y su nuevo vecino, que como el caballero que era, trató sin lograrlo, de recuperar la tarjeta de entrada.
Al guapo vecino no le preocupó romper su camisa ni ensuciarse sobre el piso de asfalto. Se sintió un verdadero idiota al no lograr su objetivo.
Brunella estaba risueña, era una mezcla de sensaciones que habían despertado. Don Silencio ni siquiera estaba a 1000 metros a la redonda. Quizas todo era producto del agotamiento físico y mental, quizás estaba feliz de tener alguien con quien hablar, como un amigo nuevo... aunque reconoció de entrada que era un vecino con unos ojos marrones café muy bonitos. Le causó algo de ternura verlo luchar contra la maldita tarjeta.
Se rió a carcajadas cuando se dio por vencido luego de haber estado tirado en el piso caliente por casi media hora.
"No te preocupes, creo que he juntado algo de fuerzas para volver a mi casa" dijo ella.
"¿Acaso esta no es tu casa?" dijo él intrigado.
"No, estoy encargada de cuidar esta casa" respondió con la mirada hacía el suelo.
"Te pediré un taxi entonces, no son horas para que vayas sola por la calle. No quiero sentirme culpable si te pasa algo en el camino" dijo Jonás muy seguro.
Apenas se subió al taxi, Brunella lo miró sin pestañear. Jonás le sonrió tímidamente y tuvo la sensación de haberla conocido de antes.
"¿Por qué mierda no le dije que era la casa de mi novio?" pensó ella mientras iba rumbo a su casa.
"¿Por qué carajo no dejo de pensar en mi vecina de cabello alborotado?" pensaba él recostado en su cama.







miércoles, 29 de octubre de 2014

A Marte 16

El calor intenso cubría de sudor el rostro de Brunella.
Era demasiado tarde para volver a su casa así que optó por quedarse a dormir en la casa inteligente (apagada) de Milo.
Ató su pelo con una cinta amarilla dejando su cara completamente al descubierto. Sus mejillas rellenitas estaban bien rojas.
No era lo mismo estar desnuda en su casa con sus plantas y entre sus cosas que estar desnuda en la casa de su novio... sin él.
Tenía la sensación de que siempre había algo que la observaba.O alguien.
Pero la alta temperatura no daba tregua. 
Primero bajó la persiana americana beige de la sala principal.
Luego se sentó en el sofá mullido. Por un instante sintió la ausencia de Milo, el sofá le quedaba grande. Sin embargo, para alejar a la tristeza, apoyó su cabeza sobre el apoyabrazo y sobre el otro, sus pies descalzos. Al principio, su cuerpo rígido no lo disfrutaba pero se fue distendiendo al ritmo lento de la música que había elegido para relajarse y olvidarse del infierno de la ciudad y del calor insoportable.
Se fue desabrochando un botón del vestido... y luego otro hasta que el vestido quedó tirado sobre el suelo, sobre sus sandalias.
Aún con ropa interior puesta, las gotas de sudor brotaban de su cuerpo. No había manera.
El sol ya no estaba en el cielo mas había dejado en el aire la intensidad de su calor.
Ya, en el punto de desesperación, salió a la azotea en ropa interior (las ventanas de enfrente estaban cerradas aparentemente) y abrió la canilla del agua.
"No soy de derrochar el agua, pero este calor lo vale" pensó en su interior.
Con la manguera, de paso, regó las plantas que había llevado, mientras cantaba una vieja canción que le había enseñado su abuela.
Un chorro de agua helada alisó su pelo y erizó su piel. Era como volver a vivir. Como volver a respirar. Era un alivio aquella agua sobre su cuerpo. El vapor brotaba del piso. De su cuerpo.
Chapoteaba como una niña feliz en el agua, saltaba de un charco a otro. 
De repente estaba allí, sola, mojada y casi desnuda en la azotea riéndose.
Aquella risa tan contagiosa fue la que despertó a Jonás, que luego de una batalla contra su insomnio originado por el maldito calor, había caído dormido.
El vecino se había levantado refunfuñando y con los ojos entreabiertos se asomó a la ventana. Sin prender la luz.
Grande fue la sorpresa al ver a su vecina, esa mujer hermosa, como una loca, empapada en la azotea.
Sus pezones erectos se veían a trasluz. 
En aquel momento, Jonás bendijo a su padre porque le había regalado un antiguo binocular que era el amigo ideal para la situación.
Era como estar allí, podía ver hasta los lunares de Brunella.
Podía oírla y su risa era hermosa, como un cántico. Ese pelo mojado sobre su espalda delicada...y sus muslos, sus nalgas perfectas, redondas y dignas de mordiscos atrevidos.
"Pero,¿cómo está sola esa tremenda mujer? Dios le da pan al que no tiene dientes" pensaba Jonás.
La joven ecologista se había acostado sobre un viejo banco de madera y la manguera de agua estaba sobre su abdomen. El agua caía desde su cuerpo ardiente como una cascada.
Enfrente, y ya despabilado, estaba Jonás espiándola. Como un adolescente, con todas las hormonas a punto de ebullición. Tal es así que sin querer, se apoyó sobre la llave de luz, encendiéndola e iluminando su dormitorio.
Brunella abrió sus ojos al instante de que la luz capturará su atención. En un acto espontáneo erróneo, se levantó de su salto, sobresaltada y salió corriendo al interior de la casa. Apagó todas las luces a su paso. No le importó dejar huellas mojadas por todos los pasillos.
Llegó al dormitorio y estaba excitada, hacía mucho tiempo que no sentía tal adrenalina.
Extraña a Milo, mucho, pero ya no dolía tanto y al fin y al cabo, era un día menos para volver a verlo.
Trató de calmarse. La curiosidad de espiar a la casa del otro lado de la calle cobraba más fuerza. Con la luz apagada entreabrió la persiana.
Obviamente, no vio nada más allá de la ventana con la oscuridad reinante. Quizás era una persona que encendió la luz para atender un llamado, o se levantó para ir al baño...no necesariamente había estándola espiando. Respiró algo aliviada y completamente desnuda y más fresca se durmió sobre la cama de Milo.



martes, 21 de octubre de 2014

A MARTE 15

Hacía poco tiempo que Jonás se había mudado al apartamento de enfrente de la casa de Milo. Desde la ventana de su dormitorio, muy amplio por cierto, observaba la calle tomando un rico té helado.
Luego de un divorcio complicado, Jonás quería vivir en paz y ese lugar parecía el indicado.
"No más novias ni esposas para mí, ahora debo pensar en mí, y aprenderé a disfrutar de la vida y de mi soledad" se dijo en sus pensamientos.
Se había enamorado de su compañera de laboratorio y al poco tiempo se volvieron inseparables. Se casaron al año siguiente. Todo así de rápido e intenso. 
Y todo lo sube rápido, baja estrepitosamente...
La rutina había terminado con su matrimonio y con su amor. Con el correr de los días, primero se esfumó como arena entre los dedos el deseo y la pasión. Ya no existía el coqueteo ni la seducción. Su ex esposa era demasiado responsable que se quedaba horas extras hasta terminar con sus labores. En cierto punto, ella era más feliz sola en su laboratorio.
Con el tiempo dejaron de esperarse para cenar. 
Jonás también estaba cansado de intentar recomponer su relación, pero una pareja funciona de a dos... que uno solo reme, es tedioso y casi imposible llegar a buen puerto.
Pero ahora estaba tratando de equilibrarse, en un nuevo lugar, con una casa nueva y con un nuevo trabajo en la Sociedad Botánica.
Todo se estaba encaminando para el nuevo y flamante divorciado...hasta que se topo con aquella mujer sencilla de piel rosada, despeinada al viento, curiosamente hablando con una plantas en la azotea.
La vecina tenía una sonrisa que iluminaba el mundo.
No era una mujer como el resto, tenía ese detalle de parecer una niña. Por un instante, mientras la observaba de lejos, la imaginó con su pelo atado con una cinta roja, jugando en un parque con unos perros.
Sus piernas eran admirables, pero más que sexy, daba la sensación de libertad, de frescura, como una belleza sin contaminantes. Belleza natural, pura.
"Es como el Amazonas" concluyó.

jueves, 16 de octubre de 2014

A MARTE 14

Los días pasaban, todos muy similares, todos cálidos con lluvias nocturnas...
Brunella se había organizado para pasar por la casa de Milo, al menos, dos veces por semana. No le gustaba mucho la idea de estar sola en esa casa tan grande, aunque sin su sistema inteligente encendido, era más normal, según su criterio.
Cada vez que entraba al dormitorio de su novio recordaba los buenos momentos. Recordaba cada lunar de la espalda de su hombre, su aroma, su forma de mirarla y de tocarla. Frenaba ahí mismo esos pensamientos, porque no valía la pena encender algo que no sería consumado. Ni siquiera pensaba en tocarse ella misma allí, no se sentía cómoda.
Siempre sentía que la casa, o quizás algún espíritu la estaba observando.
Optó por abrir las ventanas de par en par, prefería la luz natural a la artificial. El mundo era demasiado artificial desde su punto de vista. El viento, algo más fuerte que la brisa cotidiana de esa hora, sacó ese olor a encierro.  Milo era extremadamente ordenado y estructurado. A esa casa le faltaba un toque de frescura, los detalles que una mujer puede darle, esa calidez, ese color de vida.
"Al diablo con todo, voy a cambiar esta casa a mi gusto" pensó Brunella.
"Haces bien, esto de venir aquí es muy aburrido y no me queda otra cosa que hacerme presente, y tú no quieres hablarme" le susurró Don Silencio.
En cuarenta minutos fue a su casa y volvió con un canasto lleno de flores de todos los colores. También trajo un par de floreros que ella misma había hecho con barro provenientes del Volcán Lanín.
Al cabo de unas semanas, la casa era otra.
Había detalles de colores en almohadones, en las flores que, además, impregnaban el lugar con un aroma fresco y dulce. Se tomó el atrevimiento de cambiar algunas viejas fotos, por otras más recientes. Cambió las viejas cortinas beige por otras de tonos turquesas y borrabinos. Ella estaba mucho más a gusto ahora.
Sin embargo, no existía una noche sin que se fuera a dormir sin tirarle un beso al cielo.

Y fue durante una de esas noches que Brunella subía a la azotea a besar el cielo que Jonás la observó curiosamente desde la ventana de su living.

miércoles, 8 de octubre de 2014

A MARTE 13

La habitación de Noah estaba situada en frente de la de Milo.
A tanta distancia era muy bueno tener un amigo en medio del espacio. Habían estudiado en la misma primaria, la misma secundaria y en la misma universidad, aunque no cursaron juntos.
Noah era un hombre muy atractivo, de sonrisa reluciente y una inteligencia que valía mucho más que su físico. Siempre tenía mujeres. Todas andaban tras él, aún más sabiendo que estaría en el espacio. Un tipo interesante a ojos de  las féminas. 
Una noche, ambos estaban invitados a una fiesta luego de haber asistido a una conferencia ecológica. 
A Noah le había resultado muy aburrida y tediosa esa conferencia, salvo por el discurso de una joven de cara aniñada pero con una inteligencia y una voz fuerte y potente. No estaba vestida como las demás mujeres del evento, ella resaltaba por dar la sensación de frescura y rebeldía al mismo tiempo.
"Qué mujer interesante la joven del último discurso...¿qué opinas tú Milo?" preguntó Noah.
"¿Me has escuchado?" prosiguió.
Milo había quedado hechizado ante una mujer inteligente y bonita, muy bonita, por cierto.
Ambos deseaban que ella, Brunella, asistiera a la fiesta.
Llegada la noche, los tres estaban bailando bajo las luces de colores, en medio de la pista.
Brunella, además, bailaba como una bailarina profesional, una gracia que la envolvía, como poseída por la música.
Pronto Noah se arrimó a ella y la invitó a bailar. Ella aceptó tomando su mano y regalándole una sonrisa leve.
Ella sabía perfectamente que este tipo guapo estaba seduciéndola, pero sí que era muy apuesto. Se sintió halagada y decidió divertirse. Bailaron casi toda la noche, charlaron sobre diversos temas y fue ahí cuando ella decidió patear el tablero.
Brunella abordó temas como la ecología, los desmanes del Banco Mundial pero fundamentalmente su visión de la pobreza interior de los humanos que se veía en la locura de seguir perfeccionando androides, acaso creyéndose Dios.
Noah estaba anonadado.
Jamás había charlado tanto con una mujer como ella. Tan abierta, tan profunda, con una visión de la vida espectacular y sumamente interesante.
"¿Quieres tomar un trago en el jardín?" dijo ella con un tono natural. 
"Por supuesto, una fiesta sin tragos no es fiesta". dijo él contento. Se sentía excitado, más porque ella era como la figurita difícil del álbum. Era impredecible, a esa altura de la noche, cualquier otra chica ya hubiera caído en sus brazos y ya la habría besado.
El jardín estaba muy bien cuidado. La caída del rocío parecía almíbar sobre aquel pasto verde.
La luz tenue y el viento le sentaban muy bien a la joven ecologista. Su vestido era simple y esa simpleza le quedaba pintada.
"Una fiesta sin tragos no es fiesta... vaya comentario muy superficial" dijo Brunella.
Noah no esperaba semejante respuesta. Ni por un segundo había imaginado quedar como un idiota frente a ella.
No supo cómo responder y se rió de los nervios.
Ella lo miró extrañada y continuó:" Hemos pasado una noche genial, bailas muy bien por cierto. Muchas chicas quisieran estar como yo, aquí solos, y de hecho ya te hubieran besado, soy consciente de ello. Pero no soy como ellas, ni soy trofeo. Te lo aclaro desde ahora, por si estás pensando eso que yo creo que estás pensando".
Noah la miró estupefacto. 
En ese instante, se acercó a ella, la abrazó con el fin de besarla de una maldita vez.
Brunella retrocedió hábilmente, dejó su copa sobre la baranda del jardín y lo dejó solo.
Caminó hasta el guardarropa para recoger su tapado y fue ahí donde un muchacho común y corriente la topó sin querer haciendo que su cartera terminara en el piso.
Cuando ambas miradas se encontraron, el flechazo fue inmediato.
Son esas cosas que nos resultan imposible de poder explicar con palabras.

Pero eso había sucedido hace algunos años... sin embargo, mientras Milo buscaba las pastillas alimentarias que equivalían a una cena, las fotos de Brunella incomodaban a su amigo. 
En el fondo de Noah, Brunella era una especie de causa pendiente.Más que pendiente, era una cuestión de códigos. Era la novia de su amigo. Sentía culpa por eso.
"Pero,¿de qué valdría hablar de esto con su amigo y mortificarlo aquí, en medio de la oscuridad del espacio?" pensaba en voz baja.
"Vamos a cenar estas porquerías" dijo Milo con cara de asco. 

miércoles, 1 de octubre de 2014

A Marte 12

Ya había realizado cada una de las tareas encomendadas del día. 
La cabina donde se hallaba Milo era menos de la mitad de su habitación, lo cual lo ahogaba cada noche. Tenía solamente una diminuta ventana ojo de buey por donde espiaba la negrura del espacio. Al fin y al cabo, él era apenas una pequeñísima cosa en medio de tal inmensidad.
Se metió en la minúscula ducha y en cinco minutos estaba limpio. Esa práctica higiénica también lo asfixiaba. Luego, con la cara iluminada, tomó la caja que había llevado, la abrió y observó con nostalgia las fotos de Brunella.
Fue un día de mayo, algo ventoso. Habían ido al Cerro de las Estrellas, a unos dos mil kilómetros de la ciudad. A Milo se le ocurrió sacar fotos a su novia cuando ella no estaba atenta. Amaba su naturalidad, esa frescura, y qué mejor idea que fotografiarla.
La primera fotografía era de una despeinada Brunella con sus bucles castaños con destellos algo dorados al sol, contra el viento. Resultado de haber sacado su cabeza por la ventanilla del taxi terrestre. Ella odiaba los taxis aéreos, porque no el permitían ver el paisaje como ella quería, como hacía las generaciones anteriores. Después de todo, ahora casi no había tráfico terrestre, todos volaban.
Tenía la mirada encendida y risueña, y sus ojos de color miel achinados. El sol había teñido de rosa sus mejillas regordetas.
Verla así era sentirla libre, como la misma naturaleza. Como aquella olvidada primera Eva.
Milo sonreía con sólo recordarla.
Luego, tomó la segunda foto. 
Se veía a Brunella con una falda acampanada de color blanco, sandalias del mismo color (lo cual resaltaba su piel trigueña y sus uñas perfectamente pintadas de rosa chicle), una blusa de color turquesa y una vincha en su pelo. Aquel día recibía un premio por haber recuperado una especie de flor en extinción. 
Milo acercó la foto a su rostro y, como si pudiera, olió aquel cabello castaño.
Por un momento cerró sus ojos y recordó su aroma a flores. Su corazón latía contento. Los kilómetros no pesaban tanto de a ratos.
Desde la nave, colgado de su pequeña ventana, Milo guiñó y tiró un beso hacia el Planeta Tierra.
Brunella, en ese instante, estaba regando sus plantas y curiosamente levantó su mirada al cielo y arrojó otro beso.
Sin saberlo, sin imaginárselo, ambos sonreían y ambos se estaban besando.