martes, 17 de junio de 2014

Hermoso destino

Era una cálida mañana de marzo. Las aves cantaban al ritmo del sol naciente. El aroma de las flores del árbol invadía toda la atmósfera.
Salí de casa en pijamas, descalza y con el pelo alborotado. Mi madre me abrazó con lágrimas...sabía que era el último día, mi último día.
No tuve tiempo de tomar el té caliente con las tostadas con manteca, a pesar de tener todo listo. Recuerdo que todos en la casa me miraban extraño, como si acaso todos hubieran querido decirme cosas que jamás me habían dicho. Tal vez eran palabras de amor atrapadas en sus gargantas.
Durante el viaje tuve la mirada perdida y la mente revolucionada me tiraba fragmentos de mi infancia, correteando descalza sobre el patio de tierra, aquel primer cosquilleo al ver a mi compañero de escuela porque me gustaba. Me vi bailando en el comedor de mi casa frente al espejo grande, me vi jugando tirada en el piso con mis hermanos... y también peleando por cosas de pequeños, cosas inocentes como qué dibujo animado queríamos ver.
Todo pasaba por mi cabeza hasta que finalmente el auto se detuvo.
Una paz me abrazó y traspasó mi piel. De repente, las demás personas se movían más rápido que yo. Hablaban con tonos más altos, aunque apenas oía sus palabras. Yo andaba flotando y, si bien estaba feliz, sabía que aquella vida, mi vida, llegaba al final...

Pronto me vi apenas tapada por un camisolín floreado medio desteñido. El cuarto estaba perfectamente limpio y era muy luminoso. Los murmullos cobraban fuerza y a mí me invadía la felicidad, estaba entregada a Dios. No dejaba que los miedos del resto, ni mis propios miedos, me tocaran. Noté que el techo era inmaculadamente blanco y las cortinas beige del lugar apenas se movían. La leve brisa resultaba una especie de caricia.
De mi pobre alma brotaba tranquilidad. No registré el cambio de habitación. Veía que habían dos, o quizás tres, personas que iban a mi lado.
Otra vez el techo blanco. Además había un reloj gris que resaltaba en medio de las paredes claras. Un tic tac apenas audible.

Mis fuerzas físicas se desplomaban mientras que mi alma destellaba una luz increíble. Era un dulce final y así, mi alma al fin desplegó sus alas.

A mi lado, vestido de bordó, acariciando mi frente, estaba él. Su rostro reflejaba un sin fin de sensaciones.

Me costaba respirar, mi visión se iba tornando un poco borrosa. No quería cerrar los ojos. Hice un gran esfuerzo, hasta que volé y comprendí que la hora había llegado. Se iba una etapa. Se iba todo lo malo, lo superficial, junto con mis tristezas y frustraciones.
Ya no habría más vacíos en mí.

Libertad, libertad en todo su amplio significado.

El silencio se rompió gracias a su llanto como la más dulce canción.

Me despedía de mi misma para empezar una nueva vida. Una vida feliz.
Tenía mis ojos abiertos y podía ver cómo me lo traían cerca mío. Mi hijo nació sano, perfecto con su piel rosadita. 
Volví a nacer junto con él, más fuerte, más feliz y más viva que nunca.

Su llanto me emocionó completamente y después de tanto tiempo pude entender la razón de mi vida.
Fui elegida para ser su madre, le di la vida con todo lo mejor de mí. Y él, mi pequeño bonito, también me regaló una vida nueva, mucho mejor y más hermosa.

Adiós oscuridad, adiós miedos absurdos, adiós vacíos existenciales.

Soy libre, libre libre!!!

Felizmente, nacimos.

A él le debo la vida. Me ha salvado.


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