martes, 25 de noviembre de 2014

A MARTE 24

La misión a Marte estaba prevista con una duración de aproximadamente un año, sin embargo, todo había salido tan bien que era muy probable que el retorno se adelantase varios meses.
El equipo estaba integrado por personas con altos conocimientos y vocación de trabajo. La primera aldea terrícola- marciana iba viento en popa. Los androides perfeccionados durante los últimos años hacían correctamente sus tareas.
Se había realizado un microespacio donde crecían las primeras especies vegetales y eso llevaba a originar pequeños lapsos de lloviznas... dando origen a una laguna diminuta. El proceso era muy lento pero los resultados eran más que los esperados.
Todo era un rumor que corría por los pasillos y túneles de la gran nave.
Milo y Amanda estaban revisando los informes nuevos de aquel día cuando su trabajo se vio interrumpido por la voz del Capitán Oficial de la tripulación.
"Señores, por favor, presten atención"- comenzó diciendo con voz fuerte y autoritaria. " Dado el excelente trabajo durante estos pocos meses, he decidido que la misión para la cual estaban previstos adelantará su fecha de regreso. Felicidades, en una semana volveremos a nuestros hogares" finalizó su breve discurso.
El joven y su amante se miraron sorprendidos, sin pronunciar palabras.
Él, por su parte, sintió felicidad por volver a ver a Brunella, pero ¿qué le diría? ¿Qué sentiría realmente ahora que Amanda había entrado a su vida? ¿Cómo reaccionaria Amanda en caso que al pisar suelo terrestre lo de ellos se esfumara automáticamente?
Ella, optó por volver a fijar su mirada ante los informes. Sin poder concentrarse, claro.
Era muy difícil vencer el supuesto amor de Milo y Brunella. Aunque quizás no era tan así, al fin y al cabo, él la había engañado.
Luego de terminar la jornada laboral, Amanda fue hasta la cabina de Milo, en busca de un rato de caricias y buen sexo.
Lo vio apenas con el torso desnudo. Lo abrazó, oliendo su cuerpo.
Milo no tuvo reacción, no brotó el deseo de sus entrañas. Se sintió miserable y las culpas empezaron a tomar fuerzas. Amanda lo supo, y simplemente, se pegó media vuelta y se fue.

En medio de la oscuridad, mientras Milo  no frenaba sus pensamientos de toda índole, Brunella estaba feliz y plena, sentada sobre el pasto fresco, al lado de Jonás.
Ellos podrían hablar de todos los temas posibles, y la conexión era extraordinaria. El atardecer se hizo presente dándoles un marco romántico. 
Allí estaba ella, tan simple, divina como siempre, junto a un Jonás terriblemente irresistible.
Todo era perfecto. El día, ellos, ese amor flotando por el aire.
Brunella estaba algo nerviosa, sabía que luego de esa salida a orillas del río Tres, todo cambiaría.
Jonás se acercó hasta abrazarla. Ella no se movió. 
Jonás pudo rozar su nariz en la piel de ella, y ella sintió un dulce escalofrío.
En un segundo estaban besándose con ganas, con ese amor desbordante.
Aquella tarde casi noche, hicieron el amor con pleno gozo. 
Jonás sabía que ya la soledad no era su fiel compañía. No la quería más. No le importaba Milo, ni su historia pasada. Brunella era su presente. Ni siquiera se atrevía a pensar en un futuro.
Ella, la bonita ecologista, había sucumbido a su vecino. Estaba allí, abrazaba a él, admitiendo que se había enamorado. No sentía culpa por Milo, tenía tiempo de sobra para elaborar su despedida, el cierre de una hermosa relación.
Ella a partir de esa tarde, había finalizado su noviazgo con el astrónomo.


miércoles, 19 de noviembre de 2014

A MARTE 23

La vida marciana transcurría según lo pautado: investigar casi ocho horas terrestres, momentos de ocio para evitar la saturación mental y otras horas destinadas al descanso.
Noah había desistido de tener alguna aventura con la tremenda Amanda. Andaba muy simpático con Emilia, otra joven investigadora del C.L.E. con quien congeniaba muy bien, en todo sentido.
Amanda y el joven Milo cada día sentían más piel el uno con el otro, muy posiblemente para combatir la soledad lejos de sus hogares, de sus seres queridos. Si había algo que le encantaba a Milo de su colega era su inteligencia y su capacidad de no mezclar los asuntos laborales con los personales. Habían dejado en claro la postura y la situación de cada uno en la Tierra, sin embargo, Milo había guardado bajo llave las fotos de Brunella.
Durante una salida de relevamiento del suelo marciano, Milo había olvidado una de las fotos enganchada a su libro de notas.
De vez en cuando sentía nostalgia y la extrañaba. 
Como broma del destino, Amanda pasó por allí a  ver si estaba su compañero y una vez dentro de la cabina sintió curiosidad de ver esa imagen impresa.
Primero, se aseguró de que nadie la viera en esa actitud muy sospechosa, cual maleante.
Luego, con sus manos temblorosas, tomó la fotografía y se asombró de ver a la famosa Brunella.
Brunella, la novia del hombre del que ella se estaba enamorando.
"Diablos, es realmente muy bonita. Tiene cara de buena, simple, realmente preciosa, ésto no me gusta mucho..." pensó refunfuñando.
Lo peor era ver la cara de Milo junto a ella, se lo veía feliz de la vida, con una sonrisa inmensa y su mirada que parecía como si estuviera viendo la misma puerta del paraíso.
Amanda dejó de lado su postura objetiva y fría, para dejar florecer su instinto de mujer, sus celos y su envidia ante Brunella.
Porque, en el fondo, Milo seguía amándola, aún sin verla ni tocarla. La maldita estaba instalada en su corazón.

A miles de kilómetros de distancia, Brunella empezaba a estar apenas una hora o dos como mucho en la casa de Milo. Más que nada iba a cuidar de las plantas que había puesto en aquella casa.
Casi sin darse cuenta, quizás de modo inconsciente, no iba al dormitorio de Milo. Evitaba pasar por ese pasillo. 
Brunella iba de su trabajo a su casa, o iba a visitar a Jonás, que la mayoría de las veces estaba esperándola con galletas orgánicas.
Los días libres se dedicaban a actividades al aire libre. Su nuevo compañero de salidas era muy bueno tomando fotografías y le fascinaba fotografiarla sin que ella se diera cuenta.
No solían encamarse siempre, pero las veces que sucumbían a sus encantos, era maravilloso.
Eran orgasmos dignos de aplausos, tan llenos de todo... Si bien ella lo había presentado (cuando se topaba con algún conocido) como su amigo, era tan buena la relación que había nacido entre ellos, que parecían la pareja perfecta.

Era cuestión de dejar fluir todo...




lunes, 17 de noviembre de 2014

A MARTE 22

Ya no le cabían dudas, ya era cierto: Jonás sentía algo por ella. Ese hombre que había aparecido casi mágicamente en su vida, en ese momento de soledad y que había borrado de un plumazo a Don Silencio finalmente había blanqueado sus sentimientos.
Aquel ser humano estaba terminando de cocinar algo en la cocina de su ¿novio? luego de abrirle su corazón. Brunella estaba con su corazón palpitando de tal manera que, por un momento, pensó que le saldría del cuerpo.
Milo, su amado novio, hacía semanas que estaba en la misión a Marte y nunca tuvo una llamada, ni un mensaje... al principio lo extrañaba horrores, pero día a día supo aprender a convivir con su ausencia. De repente apareció Jonás, un ser iluminado que vagaba solitario como ella en esta vida. 
¿Y qué le sucedía a ella con todo ésto?
¿Qué sentía?
Deseo, esa fue la primera palabra que se le vino a la mente mientras se lavaba la cara con agua helada. Sus mejillas la delataban poniéndose más rosadas.
No sabía que hacer, qué decir y no quería quedar viviendo dentro del baño. Debía dar la cara. No había escapatoria.
Tal vez sería un episodio de su vida que pronto olvidaría. 
"El cuerpo olvida, el corazón no".
Jonás estaba de espaldas a ella, se veía muy sensual cocinando. Usando el fuego, como antes de que aparecieran las cocinas inteligentes y la comida en pastillas.
Él la oyó venir, sus pasos retumbaron en la casa.
Se dio media vuelta y quedaron mirándose uno a otro, sin pronunciar palabra alguna.
Brunella dio un paso al frente. Como si fuera a tirarse al abismo.
Jonás no dejaba de mirarla. Era como si se estuviera sumergiendo dentro de sus ojos. 
Apagó el fuego.
Brunella no se movía y bajó la mirada.
Jonás se acercó y ella comenzó a estremecerse, el primer beso fue dulce, corto y con cierta timidez. El segundo vino acompañado de unas caricias. 
Esos besos de nunca acabar, uno tras otro. La piel rozándose, ardiente, exudando el olor humano en medio de la cocina.
Ni siquiera Milo le había hecho el amor de forma tan dulce y apasionada a la vez como Jonás.
Se movieron como si ya se habrían conocido, Brunella estaba maravillada por la conexión perfecta vivida. Son cosas que raras veces suceden.
Extrañamente, no sentía la más mínima culpa ante lo sucedido. Ni siquiera se sintió intimidada por haberlo hecho en la casa de Milo.
¿Acaso se estaba terminando el amor?
¿Se estaba enamorando de su vecino?
Luego de darse un baño, el joven apareció con su pelo mojado, el torso desnudo y con un jeans para terminar de cocinar y servirle el plato.
Cortó un pedazo de carne y le acercó el tenedor a la boca.
"Esto es demasiado para mí" pensaba ella, en un estado de revolución de hormonas total.
"Eres mi reina esta noche" dijo Jonás.

"Ay Jonás... qué haré con todo ésto" pensó Brunella.

"Ay Brunella, ¿qué hiciste conmigo? Yo estaba tan bien en mi soledad y apareciste en mi vida bailando mojada en la terraza de enfrente, como un hada exiliada de su mágico mundo..." pensaba Jonás.


Mientras tanto, en Marte, Milo se despertó con una sensación extraña. Agitado. Nunca le había pasado. 
Pero tampoco era culpa de haber tenido sexo con su colega.
Y tampoco pudo volver a conciliar el sueño.

jueves, 13 de noviembre de 2014

A MARTE 21

La conversación con Noah no era demasiado entretenida.
Amanda fingía estar escuchándolo sobre todas sus proezas y las investigaciones donde fue destacado.
"Es demasiado pedante" pensó, esbozando al mismo tiempo una sonrisa muy falsa.
Noah nunca se dio por aludido sobre la falta de interés hasta que ella simplemente frenó al conversación y le avisó que iría a ver un asunto referente al control de una máquina.
"Te acompaño" dijo él mientras se levantaba de la mesa.
"No, no hace falta. Te recomiendo que cenes bien, mañana serpa un arduo día de trabajo. Hasta mañana" respondió Amanda seria.
Una especie de fuego interior la sacudía, tanto que comenzó a transpirar.
Quizás se debía a que Amanda residía en Marte desde hacía casi un año. Nunca le había tocado estar cerca de un hombre que le interesara, la mayoría eran de edad mucho más mayor que ella y muy avocados a la misión. Uno un par de hombres guapos pero que, a la hora de entablar una conversación fuera del ámbito de la misión, dejaban mucho que desear.
En cambio, Milo Reperz era distinto. No era un dios del Olimpo pero tenía algo que era muy atractivo. Su forma de ser era lo mejor, dosis justas de inteligencia, simpatía y astucia.
Amanda entró a la sala de comandos de la nave principal, donde se trabajaba la mayor parte. Frente a una gran consola llena de luces de muchos colores, estaba Milo, concentrado y maravillado al mismo tiempo. Tenía fascinación por las tierras marcianas. 
Su traje le quedaba increíble.
Sin decir nada, Amanda se sentó a su lado.
"Este planeta es ideal para transformarlo en el segundo hogar de los seres humanos. Años hemos soñado con estar aquí.¿No lo crees así?" le susurró muy cerca.
"Si no pensara eso básicamente, no estaría aquí" respondió él tratando de no mirarla, era una mujer demasiado bonita.
Amanda se percató del nerviosismo que le provocaba al joven astrónomo. Eso le encantaba porque le daba pie a seguir avanzando. Puso su mano sobre la pierna de él y lo sintió temblar. Milo no supo qué hacer, no podía impedirlo... en el fondo no quiso reconocer que era un profundo placer.
La boca de su anfitriona y colega se acercó que podían compartir el oxígeno.
Fue inevitable.
Aquella boca era sabrosa, llena de lujuria, sedienta de besos apasionados. Sus lenguas se movían sublimes, como disfrutándose una a la otra. 
Pronto Amanda estaba sentada sobre y frente a Milo, comiendo su boca perfecta, feliz de estar con un hombre después de tanto tiempo.
Milo le agarró los muslos y Brunella apareció en su mente, en aquel recuerdo de haberlo hecho así, sobre la mesada de su cocina...
"No, No vete de mí amor, ahora no... es difícil de entender..." pensaba, luchando con su culpa abismal.
La alzó y la llevó a un costado de la nave donde había una pequeñísima sala de microcomandos. Apenas cabían dos personas allí dentro, pero era ideal para cometer aquel pecado de lujuria que ninguno pudo controlar.
Los jadeos de Amanda subían la temperatura del joven. No alcanzaban las manos para recorrer sus cuerpos, como niños explorando el mundo, felices, como si fueran libres. Besos y mordiscones y el oxígeno de a ratos no alcanzaba y eso los excitaba el doble.
Fueron veinte minutos gloriosos. Amanda había entrado de esta forma en la vida de Milo, una entrada candente., dispuesta a llevar hasta a donde sea esta locura.
Porque ella no pensaba abandonarlo una vez puesto sus pies en la Tierra.

viernes, 7 de noviembre de 2014

A MARTE 20

Ya habían pasado unos días en tierra marciana.
Amanda era una excelente colega, sabía muchas cosas y tenía una gracia particular para moverse en cámara lenta obligada. Su cuerpo perfecto era deseado fervientemente por la platea masculina, pues en la flota espacial habían pocas mujeres. Para realizar tareas prácticas estaban los androides, poco sensuales, claro.
Noah no cometió el anterior error, le dejó muy en claro a su amigo que iría por ella, más allá de la misión. 
Milo, en cambio, tenía la cabeza puesta en Marte, ese planeta que fue su sueño desde pequeño. Un cuerpo precioso no tiraría todo por la borda. Además estaba Brunella...
Durante la cena, Amanda se sentó en la misma mesa que los amigos. Noah la miraba con deseo, con ese deseo que encendía todo alrededor. Siempre con ganas de tener sexo... 
Milo se dio cuenta de que Amanda era candente, era interesante, era sumamente seductora... era en realidad, un gran peligro.
Con algo de nerviosismo, se levantó de la mesa, dejando a Noah y Amanda solos.

...

Mientras tanto, sobre la corteza terrestre, el sol asomaba despacio por el cielo celeste, colando sus rayos por la persiana del cuarto de Milo, donde dormía Brunella.
Apenas había abierto sus ojos, escuchó que alguien estaba golpeando la puerta principal. Se levantó de un salto, agarró la bata y espió por la ventana.
Era Jonás.
¿Qué quería tan temprano?
Uff, ahora la vería con cara de ocho de la mañana, despeinada, y en pijamas. 
"¡Espérame que ya me cambio!" gritó desde la ventana.
"No te preocupes amiga, traje unas tortas riquísimas para desayunar ahora, si quieres, en tu casa. Ábreme la puerta por favor" respondió Jonás mostrándole la bolsa de la casa de pasteles.
"Amiga" esa palabra le había repercutido en la cabeza, además de que era muy temprano para ser un fin de semana. Pero definitivamente, la palabra en cuestión le había molestado.
Jonás pasó  al desayunador de la casa. Era extraño y hasta algo incómodo la situación.
Él estaba con su cara hermosa frente a ella, como si fuera plena tarde, todo despabilado y activo. Lucía un jeans que le quedaba perfecto, una camisa blanca de puños con detalles en turquesa. Su perfume inundó toda la casa, era un aroma exquisito.
Verlo ahí, era como algo perverso en cierto punto, como algo que sabía que no estaba bien en el fondo. Pero lo prohibido le hacía cosquillas.
Jonás tuvo la delicadeza de preparar el té verde y cortar las porciones de las distintas tortas que había traído. Era muy sexy mirarlo en ese sentido.
Su espalda era fabulosa, perfecta...¿cómo estaba solo este hombre?.
casi sin pensarlo, sin siquiera planearlo, Brunella se acercó a él desde atrás. Un instante antes de tomarlo por los hombros, sus ojos miraron la foto de Milo junto a ella que estaba sobre la heladera blanca. Cómo si la propia casa marcara el límite.
Sintió vergüenza. Confusión entre la culpa y el deseo.
Jonás la miró consternado y la abrazó fuerte, puso su cabeza en el pecho de la perdición, oliendo su perfume embriagador.
"Me gusta Brunella, maldita sea. Pero no quiero que te sientas mal. Sé que amas a Milo, quisiera que estés conmigo durante la misión de Marte, pero suena hipócrita, incluso es muy egoísta de mi parte. Pero no quiero sufrir otra vez. No haré nada que tú no quieras" dijo Jonás "Puedo ser tu amigo, la soledad es cruel" finalizó.



martes, 4 de noviembre de 2014

A MARTE 19

La nave aterrizó sobre suelo marciano dejando una gran nube de polvo rojo suspendida por varios minutos.
Milo estaba cumpliendo su sueño. Una lágrima tímida rodó por su mejilla cuando su pie derecho piso esa tierra rojiza y rocosa.
Gracias a los avances tecnológicos de las últimas décadas, el traje de astronauta pesado y semejante a un robot torpe y de grandes dimensiones, ya no era un problema. 
Milo llevaba una especie de traje al cuerpo, como los de buceo con microchips incrustados que le brindaban oxigeno mediante la creación de una especie de microatmósfera terrestre a su alrededor. Sin dudas, un gran invento. El invento del siglo.
El caminar sobre esa nueva superficie era más lento, pero sin dar aquellos viejos saltos de los primeros humanos allí. Se veían pocas estrellas y el cielo oscuro era intimidante e imponente. A lo lejos, podía observar las formaciones rocosas semejantes a los del Valle de la Luna, como una copia de Talampaya.
No podía creer que él estuviese allí. Se quedó parado en silencio contemplando todo a su alrededor. 
Noah bajó tras él y, como pocas veces, se quedó callado, fascinado por Marte.
Marte, ese planeta que habían estudiado miles de veces, infinidades de veces. Marte, ese lugar en el universo que los había enamorado y del cual querían lograr transformar en el segundo planeta para los seres humanos.
"Lo hemos logrado amigo" dijo emocionado Noah Lotart Marchic.
Milo sin emitir palabra alguna, lo abrazó y comenzó a caminar hacia la pequeña aldea terrestre situada al pie de esa especie de cerro de tres picos.
Mientras caminaba, recordaba la primera vez que piso un aula, con apenas seis años. Le aterraba no aprender a leer y a escribir.
Luego, rememoró sus días en la escuela primaria y la secundaria. Por aquel entonces, con casi once años de edad, Milo estaba muy interesado con temas relacionados con el universo, el espacio, los planetas y las estrellas.
Al ingresar al curso nivelatorio universitario, supo que la astromonía era su carrera, su forma de vida. Y desde allí, luchó por su sueño de ser parte de alguna misión marciana.
Brunella amaba su proyecto, su objetivo, a veces le decía que era una especie de héroe por ser partícipe de tal misión. Siempre lo alentaba, desde que empezaron a salir. 
Durante las noches eternas que Milo redactaba informes o que estudiaba nuevos informes, su joven novia le preparaba el mejor café del mundo. 
Ella lo admiraba y verlo tan concentrado le parecía una actitud muy seductora. Más de una vez, en medio de la madrugada, ella se acercaba sigilosa al escritorio y se sentaba sobre él, cruzando sus piernas.
Sus piernas torneadas, perfectas, eran su punto débil. Bastaba una mirada o roce para encender la chispa.
"Amo estos recreos mi vida" susurraba Milo en el estudio de su casa.
"Sin embargo cariño, creo que tú amas más a Marte que a mí" respondía Brunella sonriente y cansada.

Todos estos recuerdos desaparecieron al instante de que se abrió la puerta de la aldea. Una joven de cabellos rubios, casi blancos, y ojos de color azul profundo les dio la bienvenida.
"Al fin han llegado. Bienvenidos. Soy Amanda Kim, y seré su anfitriona y ayudante de la misión aquí" dijo con una sonrisa espléndida. 
Su nueva compañera tenía un traje espacial plateado pegado a su cuerpo esbelto. Sus labios bien rosados eran muy parecidos a los de Brunella.
Noah también se había quedado embobado ante Amanda. No era para menos.
La joven rubia era una mujer espectacular, agraciada por donde la mirase, y encima interesada sobre lo mismo. 
Como sea, los amigos de siempre, otra vez mirando a la misma chica. 
Como sucedió años atrás con Brunella...¿se repetiría otra vez la historia de que la mujer en cuestión prefiere a Milo?¿Lucharía Noah esta vez? Y Milo, ¿podría ser fiel en Marte?.

viernes, 31 de octubre de 2014

A MARTE 18

El despertador sonó a las siete de la mañana en punto.
Era un hermoso día domingo, lleno de sol, el cielo despejado y a esa hora no hacía tanto calor.
Mientras regaba sus plantas, aún con su pijama puesto y su cara dormida, aparecía sin permiso el joven atento de la noche anterior en su mente.
¿Cómo no lo había visto antes?¿Se habría mudado hace poco?¿Conocía a Milo?¿Viviría solo o con alguien más?
Muchas preguntas para horas tan tempranas. Lo mejor era comenzar a preparar el desayuno.
Un rico café (oscuro como el pelo de su vecino), tostadas con mermelada de frutillas (ese color rojo era semejante a los labios del vecino)...
"Ok, basta de este tipo en mi cabeza. Basta de mis revoluciones hormonales. Basta" pensó enfurecida.
Mientras clasificó las nuevas especies florales, ordenó ciertos archivos dentro de su jornada laboral, nadie se cruzo: ni Milo, ni Jonás ni Don Silencio.
El tema, el problema fue a la noche.
Con las altas temperaturas de esta nueva primavera ardiente, donde era común vivir con 
50 ° a la sombra, era como un homicidio dejar sin darle agua a las plantas.
En el fondo, ella sabía que era puramente una excusa y luchaba fervientemente con esa culpa que iba a apareciendo a medida que la noche avanzaba.
¿Qué culpa? Después de todo, ella no había hecho nada malo. Apenas lo había mirado y lo saludó de lejos. No hubo ni siquiera un roce, ni un apretón de manos, menos que menos, un beso de saludo.
¿Acaso se sentía culpable por no poder olvidar aquella mirada tierna de ese nuevo hombre guapo que simplemente le ayudó cuando estaba exhausta?
Respiró profundamente, agarró su bicicleta y salió tratando de distraerse con cualquier cosa que mirara. 
Aún habían negocios abiertos...
Pedaleó sin parar, desgastando esa adrenalina por no saber si se cruzaría nuevamente con Jonás. Pensó cómo lo saludaría en el caso de topárselo. Consideró que no podía ser muy seria (parecería asquerosa) ni demasiado risueña (parecería una estúpida). Se arrepintió de no ponerse algo más linda, pero al mismo tiempo, se convenció de que no era necesario, pues, después de todo, ¿por qué querría que la viera linda? Ella era así, natural, a cara lavada, con ropa cómoda.
El short de jeans ecológico, su top blanco a lunares rojos, sus sandalias realizadas de fibras naturales y su infaltable cinta (en este caso era roja) en su pelo demostraban su look descontracturado.
Llegó a destino y esta vez no quiso mirar al cielo. Tampoco quiso darse vuelta y ver si estaba Jonás del otro lado de la calle. Estaba nerviosa y cuando eso sucede en la puerta de una casa, lo más factible es que no encuentres rápido las llaves o tarjetas dentro de tu bolso, cartera o mochila. En su caso, la copia de la tarjeta.
Y fue así, que sin darse cuenta, de pronto estaba su nuevo vecino detrás suyo, mirándola de forma curiosa, riéndose en voz baja de la situación cómica desde su punto de vista.
"Si buscas tranquila, vas a encontrarla" le susurró desde atrás.
"¡Ay!¡Qué susto nene! " gritó pegando un gran salto.
"Todavía hay tiempo para tomar un café si quieres. Como para terminar el día, como la frutilla del postre. Ojo, no es una cita ni nada de eso, es que yo estoy más sólo que un preso y tú me has caído bien" dijo Jonás con una linda sonrisa que dejaba entrever sus dientes blancos perfectos.
Ella se quedó muda. No sabía qué hacer y comenzó a temblar.
"No soy un asesino serial ni un depravado. Ni siquiera te invito a mi casa, porque no corresponde. No olvides que más allá de todo, estamos en iguales condiciones, porque yo realmente no sé quién eres..." afirmó.
Tenía razón...el jodido vecino tenía razón.
"Conozco un café frente al Parque de Meteoritos, sólo un rato porque tengo que hacer varias cosas" dijo finalmente ella.
"Claro, vamos" le respondió.
Ella iba caminando con su bicicleta a su derecha y a su ¿nuevo amigo? a su izquierda.
Era una noche llena de estrellas brillantes, perfecta... pero no quería levantar la vista para no recordar a Milo.
Don Silencio apareció sin permiso, como siempre. Iban entre ellos con una risa de costado.

jueves, 30 de octubre de 2014

A MARTE 17

Milo había dormido apenas cinco horas en su cabina. 
Siempre había odiado despertarse con los rayos del sol en su cara, sin embargo lo extrañaba.
Extrañaba el calor, la luz, la brisa, el oxígeno, respirar y caminar.
Extrañaba estar en su oficina con sus cosas y estar en el espacio pero con los pies sobre suelo terrestre.
"Mi vida, mi querida Bru, tú eres a quién más extraño. Extraño tu risa, tu piel contra la mía, tu boca y esos labios carnosos mordiéndome... extraño tu perfume a flores, tus ocurrencias y tu locura... extraño hacerte el amor como tu quieras... salvaje, romántico. Haces de mí lo que se te antoja. Maldita chiquilla del demonio...te adoro, te amo con todo mi ser hermosa de mi universo... Ni siquiera la infinidad del espacio se compara con mi amor por ti." pensaba un Milo angustiado.
Y prosiguió, ya con los ojos rojos de aguantar las lágrimas:" No sé si haber elegido venir a esta misión fue una buena decisión. Lo que sí sé es que apenas llegue te pediré matrimonio, aunque ya nadie se case... es una costumbre que se ha perdido con los años, pero no me importa... a veces creo que eres una mujer del pasado. Bah, a quién engaño, eres la mujer de mi vida." Y lloró.
Miles de kilómetros más abajo, en la Tierra, Brunella volvía de haber pasado otro día estudiando nuevas especies de flora. Agotada, pedaleando con las pocas fuerzas que le quedaban llegó a la casa de Milo. El sol caía sobre la ciudad dejando a la vista un cielo anaranjado y despejado. 
Brunella contempló las estrellas que se iban asomando y recordó a Milo. Sintió latir sus labios como si le estuviesen pidiendo un beso.
"Oh... hace tanto tiempo que no vibro con un beso..." pensó nostálgica.
De repente, la tarjeta de entrada se le escapó de la mano, cayendo con tanta mala suerte, dentro del desagüe. 
En aquel momento quiso largarse a llorar de rabia, trató desesperadamente de meter su brazo por aquella hendidura oxidada pero era muy corto.
Sin tarjeta no podía ingresar a la casa. Y su casa estaba lejos para ir caminando, además del cansancio que tenía. 
Cuando su mente estaba revolucionada y su cuerpo cansado era difícil tomar una decisión. Los pensamientos e ideas parecían haberse anulado, entrado en una especie de pausa obligatoria.
Se soltó el cabello y no le importó parecer una loca despeinada. Era en aquel instante donde Milo estaba para tranquilizarla y hacer que se calme con tan solo abrazarla.
Pero estaba sola... cansada, con hambre y sin poder entrar a ninguna de sus casas.
Qué ironía.

La noche se hizo presente y Brunella seguía sentada sobre la vereda.

"Hola,¿puedo ayudarte"
La joven alzó su mirada y se encontró con aquel hombre, seguramente de su misma edad.
La primera impresión fue buena, su rostro era puro, fresco y sus ojos reflejaban ternura. 
Jonás se quedó esperando que ella reaccionara. 
Brunella se había quedado petrificada ante él. Al fin y al cabo, era un desconocido. Se levantó del suelo y trató de dar unos pasos hacia atrás, acomodándose al mismo tiempo su loca cabellera revolucionada. 
Sus mejillas se sonrojaron.
"¿Estás bien?" volvió a preguntar Jonás, algo preocupado.
"Sí...bah, en realidad no" dijo ella nerviosa."Es que me quedé fuera de casa" continuó diciendo.

Allí yacían, sobre la vereda ardiente y bajo el cielo negro estrellado, la joven ecologista y su nuevo vecino, que como el caballero que era, trató sin lograrlo, de recuperar la tarjeta de entrada.
Al guapo vecino no le preocupó romper su camisa ni ensuciarse sobre el piso de asfalto. Se sintió un verdadero idiota al no lograr su objetivo.
Brunella estaba risueña, era una mezcla de sensaciones que habían despertado. Don Silencio ni siquiera estaba a 1000 metros a la redonda. Quizas todo era producto del agotamiento físico y mental, quizás estaba feliz de tener alguien con quien hablar, como un amigo nuevo... aunque reconoció de entrada que era un vecino con unos ojos marrones café muy bonitos. Le causó algo de ternura verlo luchar contra la maldita tarjeta.
Se rió a carcajadas cuando se dio por vencido luego de haber estado tirado en el piso caliente por casi media hora.
"No te preocupes, creo que he juntado algo de fuerzas para volver a mi casa" dijo ella.
"¿Acaso esta no es tu casa?" dijo él intrigado.
"No, estoy encargada de cuidar esta casa" respondió con la mirada hacía el suelo.
"Te pediré un taxi entonces, no son horas para que vayas sola por la calle. No quiero sentirme culpable si te pasa algo en el camino" dijo Jonás muy seguro.
Apenas se subió al taxi, Brunella lo miró sin pestañear. Jonás le sonrió tímidamente y tuvo la sensación de haberla conocido de antes.
"¿Por qué mierda no le dije que era la casa de mi novio?" pensó ella mientras iba rumbo a su casa.
"¿Por qué carajo no dejo de pensar en mi vecina de cabello alborotado?" pensaba él recostado en su cama.







miércoles, 29 de octubre de 2014

A Marte 16

El calor intenso cubría de sudor el rostro de Brunella.
Era demasiado tarde para volver a su casa así que optó por quedarse a dormir en la casa inteligente (apagada) de Milo.
Ató su pelo con una cinta amarilla dejando su cara completamente al descubierto. Sus mejillas rellenitas estaban bien rojas.
No era lo mismo estar desnuda en su casa con sus plantas y entre sus cosas que estar desnuda en la casa de su novio... sin él.
Tenía la sensación de que siempre había algo que la observaba.O alguien.
Pero la alta temperatura no daba tregua. 
Primero bajó la persiana americana beige de la sala principal.
Luego se sentó en el sofá mullido. Por un instante sintió la ausencia de Milo, el sofá le quedaba grande. Sin embargo, para alejar a la tristeza, apoyó su cabeza sobre el apoyabrazo y sobre el otro, sus pies descalzos. Al principio, su cuerpo rígido no lo disfrutaba pero se fue distendiendo al ritmo lento de la música que había elegido para relajarse y olvidarse del infierno de la ciudad y del calor insoportable.
Se fue desabrochando un botón del vestido... y luego otro hasta que el vestido quedó tirado sobre el suelo, sobre sus sandalias.
Aún con ropa interior puesta, las gotas de sudor brotaban de su cuerpo. No había manera.
El sol ya no estaba en el cielo mas había dejado en el aire la intensidad de su calor.
Ya, en el punto de desesperación, salió a la azotea en ropa interior (las ventanas de enfrente estaban cerradas aparentemente) y abrió la canilla del agua.
"No soy de derrochar el agua, pero este calor lo vale" pensó en su interior.
Con la manguera, de paso, regó las plantas que había llevado, mientras cantaba una vieja canción que le había enseñado su abuela.
Un chorro de agua helada alisó su pelo y erizó su piel. Era como volver a vivir. Como volver a respirar. Era un alivio aquella agua sobre su cuerpo. El vapor brotaba del piso. De su cuerpo.
Chapoteaba como una niña feliz en el agua, saltaba de un charco a otro. 
De repente estaba allí, sola, mojada y casi desnuda en la azotea riéndose.
Aquella risa tan contagiosa fue la que despertó a Jonás, que luego de una batalla contra su insomnio originado por el maldito calor, había caído dormido.
El vecino se había levantado refunfuñando y con los ojos entreabiertos se asomó a la ventana. Sin prender la luz.
Grande fue la sorpresa al ver a su vecina, esa mujer hermosa, como una loca, empapada en la azotea.
Sus pezones erectos se veían a trasluz. 
En aquel momento, Jonás bendijo a su padre porque le había regalado un antiguo binocular que era el amigo ideal para la situación.
Era como estar allí, podía ver hasta los lunares de Brunella.
Podía oírla y su risa era hermosa, como un cántico. Ese pelo mojado sobre su espalda delicada...y sus muslos, sus nalgas perfectas, redondas y dignas de mordiscos atrevidos.
"Pero,¿cómo está sola esa tremenda mujer? Dios le da pan al que no tiene dientes" pensaba Jonás.
La joven ecologista se había acostado sobre un viejo banco de madera y la manguera de agua estaba sobre su abdomen. El agua caía desde su cuerpo ardiente como una cascada.
Enfrente, y ya despabilado, estaba Jonás espiándola. Como un adolescente, con todas las hormonas a punto de ebullición. Tal es así que sin querer, se apoyó sobre la llave de luz, encendiéndola e iluminando su dormitorio.
Brunella abrió sus ojos al instante de que la luz capturará su atención. En un acto espontáneo erróneo, se levantó de su salto, sobresaltada y salió corriendo al interior de la casa. Apagó todas las luces a su paso. No le importó dejar huellas mojadas por todos los pasillos.
Llegó al dormitorio y estaba excitada, hacía mucho tiempo que no sentía tal adrenalina.
Extraña a Milo, mucho, pero ya no dolía tanto y al fin y al cabo, era un día menos para volver a verlo.
Trató de calmarse. La curiosidad de espiar a la casa del otro lado de la calle cobraba más fuerza. Con la luz apagada entreabrió la persiana.
Obviamente, no vio nada más allá de la ventana con la oscuridad reinante. Quizás era una persona que encendió la luz para atender un llamado, o se levantó para ir al baño...no necesariamente había estándola espiando. Respiró algo aliviada y completamente desnuda y más fresca se durmió sobre la cama de Milo.



martes, 21 de octubre de 2014

A MARTE 15

Hacía poco tiempo que Jonás se había mudado al apartamento de enfrente de la casa de Milo. Desde la ventana de su dormitorio, muy amplio por cierto, observaba la calle tomando un rico té helado.
Luego de un divorcio complicado, Jonás quería vivir en paz y ese lugar parecía el indicado.
"No más novias ni esposas para mí, ahora debo pensar en mí, y aprenderé a disfrutar de la vida y de mi soledad" se dijo en sus pensamientos.
Se había enamorado de su compañera de laboratorio y al poco tiempo se volvieron inseparables. Se casaron al año siguiente. Todo así de rápido e intenso. 
Y todo lo sube rápido, baja estrepitosamente...
La rutina había terminado con su matrimonio y con su amor. Con el correr de los días, primero se esfumó como arena entre los dedos el deseo y la pasión. Ya no existía el coqueteo ni la seducción. Su ex esposa era demasiado responsable que se quedaba horas extras hasta terminar con sus labores. En cierto punto, ella era más feliz sola en su laboratorio.
Con el tiempo dejaron de esperarse para cenar. 
Jonás también estaba cansado de intentar recomponer su relación, pero una pareja funciona de a dos... que uno solo reme, es tedioso y casi imposible llegar a buen puerto.
Pero ahora estaba tratando de equilibrarse, en un nuevo lugar, con una casa nueva y con un nuevo trabajo en la Sociedad Botánica.
Todo se estaba encaminando para el nuevo y flamante divorciado...hasta que se topo con aquella mujer sencilla de piel rosada, despeinada al viento, curiosamente hablando con una plantas en la azotea.
La vecina tenía una sonrisa que iluminaba el mundo.
No era una mujer como el resto, tenía ese detalle de parecer una niña. Por un instante, mientras la observaba de lejos, la imaginó con su pelo atado con una cinta roja, jugando en un parque con unos perros.
Sus piernas eran admirables, pero más que sexy, daba la sensación de libertad, de frescura, como una belleza sin contaminantes. Belleza natural, pura.
"Es como el Amazonas" concluyó.

jueves, 16 de octubre de 2014

A MARTE 14

Los días pasaban, todos muy similares, todos cálidos con lluvias nocturnas...
Brunella se había organizado para pasar por la casa de Milo, al menos, dos veces por semana. No le gustaba mucho la idea de estar sola en esa casa tan grande, aunque sin su sistema inteligente encendido, era más normal, según su criterio.
Cada vez que entraba al dormitorio de su novio recordaba los buenos momentos. Recordaba cada lunar de la espalda de su hombre, su aroma, su forma de mirarla y de tocarla. Frenaba ahí mismo esos pensamientos, porque no valía la pena encender algo que no sería consumado. Ni siquiera pensaba en tocarse ella misma allí, no se sentía cómoda.
Siempre sentía que la casa, o quizás algún espíritu la estaba observando.
Optó por abrir las ventanas de par en par, prefería la luz natural a la artificial. El mundo era demasiado artificial desde su punto de vista. El viento, algo más fuerte que la brisa cotidiana de esa hora, sacó ese olor a encierro.  Milo era extremadamente ordenado y estructurado. A esa casa le faltaba un toque de frescura, los detalles que una mujer puede darle, esa calidez, ese color de vida.
"Al diablo con todo, voy a cambiar esta casa a mi gusto" pensó Brunella.
"Haces bien, esto de venir aquí es muy aburrido y no me queda otra cosa que hacerme presente, y tú no quieres hablarme" le susurró Don Silencio.
En cuarenta minutos fue a su casa y volvió con un canasto lleno de flores de todos los colores. También trajo un par de floreros que ella misma había hecho con barro provenientes del Volcán Lanín.
Al cabo de unas semanas, la casa era otra.
Había detalles de colores en almohadones, en las flores que, además, impregnaban el lugar con un aroma fresco y dulce. Se tomó el atrevimiento de cambiar algunas viejas fotos, por otras más recientes. Cambió las viejas cortinas beige por otras de tonos turquesas y borrabinos. Ella estaba mucho más a gusto ahora.
Sin embargo, no existía una noche sin que se fuera a dormir sin tirarle un beso al cielo.

Y fue durante una de esas noches que Brunella subía a la azotea a besar el cielo que Jonás la observó curiosamente desde la ventana de su living.

miércoles, 8 de octubre de 2014

A MARTE 13

La habitación de Noah estaba situada en frente de la de Milo.
A tanta distancia era muy bueno tener un amigo en medio del espacio. Habían estudiado en la misma primaria, la misma secundaria y en la misma universidad, aunque no cursaron juntos.
Noah era un hombre muy atractivo, de sonrisa reluciente y una inteligencia que valía mucho más que su físico. Siempre tenía mujeres. Todas andaban tras él, aún más sabiendo que estaría en el espacio. Un tipo interesante a ojos de  las féminas. 
Una noche, ambos estaban invitados a una fiesta luego de haber asistido a una conferencia ecológica. 
A Noah le había resultado muy aburrida y tediosa esa conferencia, salvo por el discurso de una joven de cara aniñada pero con una inteligencia y una voz fuerte y potente. No estaba vestida como las demás mujeres del evento, ella resaltaba por dar la sensación de frescura y rebeldía al mismo tiempo.
"Qué mujer interesante la joven del último discurso...¿qué opinas tú Milo?" preguntó Noah.
"¿Me has escuchado?" prosiguió.
Milo había quedado hechizado ante una mujer inteligente y bonita, muy bonita, por cierto.
Ambos deseaban que ella, Brunella, asistiera a la fiesta.
Llegada la noche, los tres estaban bailando bajo las luces de colores, en medio de la pista.
Brunella, además, bailaba como una bailarina profesional, una gracia que la envolvía, como poseída por la música.
Pronto Noah se arrimó a ella y la invitó a bailar. Ella aceptó tomando su mano y regalándole una sonrisa leve.
Ella sabía perfectamente que este tipo guapo estaba seduciéndola, pero sí que era muy apuesto. Se sintió halagada y decidió divertirse. Bailaron casi toda la noche, charlaron sobre diversos temas y fue ahí cuando ella decidió patear el tablero.
Brunella abordó temas como la ecología, los desmanes del Banco Mundial pero fundamentalmente su visión de la pobreza interior de los humanos que se veía en la locura de seguir perfeccionando androides, acaso creyéndose Dios.
Noah estaba anonadado.
Jamás había charlado tanto con una mujer como ella. Tan abierta, tan profunda, con una visión de la vida espectacular y sumamente interesante.
"¿Quieres tomar un trago en el jardín?" dijo ella con un tono natural. 
"Por supuesto, una fiesta sin tragos no es fiesta". dijo él contento. Se sentía excitado, más porque ella era como la figurita difícil del álbum. Era impredecible, a esa altura de la noche, cualquier otra chica ya hubiera caído en sus brazos y ya la habría besado.
El jardín estaba muy bien cuidado. La caída del rocío parecía almíbar sobre aquel pasto verde.
La luz tenue y el viento le sentaban muy bien a la joven ecologista. Su vestido era simple y esa simpleza le quedaba pintada.
"Una fiesta sin tragos no es fiesta... vaya comentario muy superficial" dijo Brunella.
Noah no esperaba semejante respuesta. Ni por un segundo había imaginado quedar como un idiota frente a ella.
No supo cómo responder y se rió de los nervios.
Ella lo miró extrañada y continuó:" Hemos pasado una noche genial, bailas muy bien por cierto. Muchas chicas quisieran estar como yo, aquí solos, y de hecho ya te hubieran besado, soy consciente de ello. Pero no soy como ellas, ni soy trofeo. Te lo aclaro desde ahora, por si estás pensando eso que yo creo que estás pensando".
Noah la miró estupefacto. 
En ese instante, se acercó a ella, la abrazó con el fin de besarla de una maldita vez.
Brunella retrocedió hábilmente, dejó su copa sobre la baranda del jardín y lo dejó solo.
Caminó hasta el guardarropa para recoger su tapado y fue ahí donde un muchacho común y corriente la topó sin querer haciendo que su cartera terminara en el piso.
Cuando ambas miradas se encontraron, el flechazo fue inmediato.
Son esas cosas que nos resultan imposible de poder explicar con palabras.

Pero eso había sucedido hace algunos años... sin embargo, mientras Milo buscaba las pastillas alimentarias que equivalían a una cena, las fotos de Brunella incomodaban a su amigo. 
En el fondo de Noah, Brunella era una especie de causa pendiente.Más que pendiente, era una cuestión de códigos. Era la novia de su amigo. Sentía culpa por eso.
"Pero,¿de qué valdría hablar de esto con su amigo y mortificarlo aquí, en medio de la oscuridad del espacio?" pensaba en voz baja.
"Vamos a cenar estas porquerías" dijo Milo con cara de asco. 

miércoles, 1 de octubre de 2014

A Marte 12

Ya había realizado cada una de las tareas encomendadas del día. 
La cabina donde se hallaba Milo era menos de la mitad de su habitación, lo cual lo ahogaba cada noche. Tenía solamente una diminuta ventana ojo de buey por donde espiaba la negrura del espacio. Al fin y al cabo, él era apenas una pequeñísima cosa en medio de tal inmensidad.
Se metió en la minúscula ducha y en cinco minutos estaba limpio. Esa práctica higiénica también lo asfixiaba. Luego, con la cara iluminada, tomó la caja que había llevado, la abrió y observó con nostalgia las fotos de Brunella.
Fue un día de mayo, algo ventoso. Habían ido al Cerro de las Estrellas, a unos dos mil kilómetros de la ciudad. A Milo se le ocurrió sacar fotos a su novia cuando ella no estaba atenta. Amaba su naturalidad, esa frescura, y qué mejor idea que fotografiarla.
La primera fotografía era de una despeinada Brunella con sus bucles castaños con destellos algo dorados al sol, contra el viento. Resultado de haber sacado su cabeza por la ventanilla del taxi terrestre. Ella odiaba los taxis aéreos, porque no el permitían ver el paisaje como ella quería, como hacía las generaciones anteriores. Después de todo, ahora casi no había tráfico terrestre, todos volaban.
Tenía la mirada encendida y risueña, y sus ojos de color miel achinados. El sol había teñido de rosa sus mejillas regordetas.
Verla así era sentirla libre, como la misma naturaleza. Como aquella olvidada primera Eva.
Milo sonreía con sólo recordarla.
Luego, tomó la segunda foto. 
Se veía a Brunella con una falda acampanada de color blanco, sandalias del mismo color (lo cual resaltaba su piel trigueña y sus uñas perfectamente pintadas de rosa chicle), una blusa de color turquesa y una vincha en su pelo. Aquel día recibía un premio por haber recuperado una especie de flor en extinción. 
Milo acercó la foto a su rostro y, como si pudiera, olió aquel cabello castaño.
Por un momento cerró sus ojos y recordó su aroma a flores. Su corazón latía contento. Los kilómetros no pesaban tanto de a ratos.
Desde la nave, colgado de su pequeña ventana, Milo guiñó y tiró un beso hacia el Planeta Tierra.
Brunella, en ese instante, estaba regando sus plantas y curiosamente levantó su mirada al cielo y arrojó otro beso.
Sin saberlo, sin imaginárselo, ambos sonreían y ambos se estaban besando.


martes, 30 de septiembre de 2014

A Marte 11

Un nuevo día comenzaba. El sol estaba radiante. La brisa era fresca y los pájaros cantaban alegremente.
Haber dormido casi diez horas, sin despertarse angustiada por la noche, le había hecho muy bien. No tenía ojeras y hasta su cabello estaba bajo control. ¡Era como vivir un milagro de resurrección! 
Se sintió con el valor para ir a la casa de Milo.
Se fue pedaleando hasta allí, algo nerviosa. Manejaba su bicicleta con la mano derecha y con la otra sostenía su sombrero beige con una cinta turquesa. También llevaba algunas plantas y comida. No coincidan en los gustos gastronómicos. Y una casa sin plantas, no era casa. 
Apenas llegó a la casa inteligente de Milo, se dirigió hacia la habitación de él y desconectó el sistema inteligente. Fue sólo apretar en botón de OFF. 
Sobre la cómoda de la habitación había un sin fin de fotos, de todos los tamaños. Milo de pequeño con la misma mirada picarona. Milo con los trofeos que había ganado en la escuela. Milo increíblemente guapo en una foto en blanco y negro tomada por ella misma durante una de las tantas tardes en el Bosque Artificial.
Luego observó una foto de ellos dos, abrazados y sonriendo en la fiesta de cumpleaños de Brunella.
Miro al cielo a través de la ventana y le tiró un beso.
Se recostó sobre la cama inmensa ( Milo era muy revoltoso para dormir) y con su cabeza apoyada en la almohada pudo ver que encima del viejo placard había una caja de color azul. Tenía una etiqueta con una carita feliz.
Pegó un gran salto desde la cama y tomó la caja.
"¿Vas a abrirla sin permiso?" preguntó Don Silencio y prosiguió "A ti no te gustaría que Milo haga esto, ¿o sí?".
Brunella dudó unos minutos, pero a fin de cuentas, deberían ser facturas de impuestos o algunos apuntes. 
Y abrió la caja azul con carita feliz.


lunes, 29 de septiembre de 2014

A Marte 10

Aquella primera noche, tras la partida de Milo a Marte, Brunella se encontró en su habitación, sentada al borde la ventana, mirando hacia el cielo negro cubierto de estrellas.
Ya no lloraba, ya no tenía más lágrimas que derramar, acaso ni que su amor se hubiera ido para no volver...no, definitvamente no debería seguir llorando en vano.
Apenas se oían algunos pájaros cantando a lo lejos y el ruido de las hojas era poco llamativo. 
Se levantó para ir hacia su jardín, el olor a rosas y fresias la llenaban de energía. 
"Siempre estoy sola a estas horas, aquí, pero esta noche es distinta" pensó de repente.
"Pues, entonces hablemos. Tú eliges el tema Brunella" susurró Don Silencio.
"¿De qué quieres que hable, acaso no me ves como estoy? No tengo ganas de hablar". dijo ella.
"Él debe estar igual que tú, o peor, porque ni siquiera está en su lugar, sino dentro de la inmensidad infinita del espacio"

Era verdad, eso debía ser más difícil que llorar en una ventana...
Pero qué complicado era sacarse esa estúpida, y hasta egoísta, sensación de angustia, de abandono... Brunella no sentía hambre, ni sed, ni siquiera sentía cansancio, era como una pausa eterna, cómo si estuviera detenida en el tiempo y espacio.
No, mejor no pensar en nada relativo al espacio. No era cuestión de, encima, agrandar la distancia física.
Después de todo, tampoco era algo tan trágico.
"Bien querida Bru... es perfecto ese pensamiento. No dejes avanzar tus miedos". 
"No me digas Bru, para ti soy Brunella" dijo con voz firme.

Qué locura. Qué era esto de hablar con el aire...
Después de todo, en plena noche, con la ventana cerrada, la joven bebió un té de tilo y sonrió cuando se vio reflejada en el espero del pasillo de su casa.
Y ya que estaba, saludó a sus plantas, tirándoles un beso. 

miércoles, 24 de septiembre de 2014

A Marte 9

El día crucial había llegado.
En el sector, previo a la plataforma de salida, estaban tomados de la mano Brunella y Milo.
Ambos nerviosos, con los ojos a punto de llorar, con un montón de sensaciones flotando a su alrededor. Milo apretaba fuerte la mano de la joven ecologista. Observaba de costado cómo aquel cabello ondeado y de textura suave bailaba gracias al viento. 
Brunella, por su parte, se aferraba a cada hermoso momento compartido y, después de todo, un año pasaría volando. Este era un gran amor, ni siquiera el mejor androide femenino, con una perfección digna de la más pura envidia pero sin alma, podría romper. Por ratos el amor estallaba dentro suyo, desde lo más profundo de su ser.
El resto de la tripulación arribó a la plataforma. Uno de los comandantes, el Comandante Targus, le dio una suave palmada a Milo, en señal de que ya era hora de abordar la nave.
El ruido ensordecedor del gran cohete espacial hizo que Don Silencio huyera despavorido. 
La falda verde lima revoloteaba con las fuertes ráfagas. Las manos de los enamorados no se despegaban. Milo la miró directamente a los ojos.
"Te amo Bru, jamás lo olvides. Son trescientos sesenta y cinco días, casi vamos uno menos amor" dijo él, con la voz firme. Era bueno para mantener la compostura en este tipo de momentos.
Ella no dijo nada. Lo abrazó fuerte, respiró su perfume, para que quede grabado en su olfato. Lo miró y lo besó.
Brunella se quedó en el mismo lugar, observando cómo su amor se iba hacia la nave.
Milo antes de entrar, de dio media vuelta y la miró. Le tiró un beso desde allí.
Finalmente la puerta se cerró.
Las lágrimas de ella brotaron como ríos salvajes, sin control alguno. Lágrimas liberadas a fin de extinguir la angustia oprimida.
Dentro de la nave, el joven astrónomo dejó rodar un par de lágrimas tímidas tras su casco. 

viernes, 19 de septiembre de 2014

A Marte 8

La joven Brunella estaba sentada en el borde del tronco, al lado de la entrada del Bosque Artificial.
Yacían dentro del mismo algunos ejemplares originales de la flora verdadera, así como especies que , gracias a Dios, fueron devueltas a la vida de la mano de la ingeniería genética. Era muy difícil distinguir lo natural de lo artificial. 
Luego de las guerras, revoluciones y la contaminación sin escrúpulos de todo el ambiente al ser humano le dio algo de culpa. Eso se podía catalogar como otro milagro.
Con la invención de los androides, se pudieron limpiar ciertos ríos y volver a reforestar zonas donde la tala había sido terrible. La mayoría de los androides tenían partes recicladas. De todo lo malo que habíamos sufrido, algo bueno tenía que haber quedado.
La brisa suave cálida siempre estaba presente. Durante la mañana habían caído un par de gotas pero el sol estaba en el firmamento, radiante.
Brunella no se cansaba de ir a ese lugar. Amaba levantar su cabeza y observar las copas de los árboles, ver las flores a los costados de los senderos y escuchar el ruido propio de la Naturaleza.
Allí, en medio de esa inmensidad verde, Don Silencio era querido.

"De veras lo amas,¿verdad?" dijo él curioso.
"Claro que sí, pero no me perturbes que no quiero llorar ni ponerme triste. Voy a pasar esta tarde como una más de las tantas que pasamos y que pasaremos,¿entendido?" dijo ella respondiendo desde la voz de su cabeza.
"No estoy aquí para ponerte triste, al contrario, estoy para darte fuerzas. No quiero que tus miedos te atormenten. Serán trescientos sesenta y cinco días en los que apareceré más seguido. Tendremos largas charlas." le susurró al oído casi como la brisa misma.
"Sé que estos próximos trescientos sesenta y cinco días serán casi eternos y también sé que él es mi hombre en su totalidad. pero va a ser difícil, aún con toda la tecnología que existe para comunicarnos."  dijo ella.

Se rió de ella misma, hasta el punto de tentarse. Se acostó sobre el pasto verde y dejó cegarse por aquel maravilloso sol que dejaba a sus rayos colarse por las frondosas copas de los árboles.
Milo la observaba maravillado mientras se dirigía hacia ella.

"Quisiera tener tu mirada risueña cuando miras el cielo" dijo él, sorprendiéndola, tirándose a su lado, sobre el pasto.
"Aprende a observarlo, y más que nada, a disfrutarlo. Recuérdalo, deberías, incluso, sacarle una fotografía así te la llevas de recuerdo a Marte."  le aconsejó Brunella.
"Me llevo muchas fotos de ti, con eso me basta. Tú tienes todo lo que me hace feliz." y finalmente la besó.

Luego, ambos se tomaron de la mano y comenzaron a transitar por aquellos senderos artificiales.



miércoles, 17 de septiembre de 2014

A Marte 7

Habían pasado una infinidad de minutos en presencia de la oscuridad y del maldito Don Silencio.
Milo entendió que Brunella necesitaba procesar la noticia, no era pues un androide. Era una bella mujer con alma. No se movió, hasta su respiración era casi imperceptible. Sus manos sudaban de nervios, de ganas contenidas de ir a abrazarla. Él también sufría la distancia durante un año. 
Toda victoria conlleva grandes sacrificios.
Del otro lado de la mesa de madera artificial estaba Brunella, con la mente en blanco del colapso de la noticia. Casi cuarenta y ocho horas faltaban para que Milo se fuera a Marte por un año, trescientos sesenta y cinco días...Trató de recordar los ejercicios de respiración que le habían enseñado en la escuela.
Al rato, el amor la inundó, más allá de todos sus lógicos miedos. Caminó hasta su amado, lo abrazó y ambos se quedaron en silencio.
Esa vez, Don Silencio fue más compasivo.
Una música alegre comenzó a sonar dentro de la casa.
Y otra vez el aroma a flores se mezclaba en aquella atmósfera.
Milo acarició aquel pelo castaño suave y rizado. Se miró a él mismo reflejado en los ojos de ella. La miró en su totalidad, de arriba a  abajo, de una punta a otra. Acaso era la mujer más bonita de su universo. Con esa piel dorada, suave a sus manos y que exudaba siempre olor a flores dulces. Sin embargo, la fuerza interna de esta hembra lo había hechizado. Incluso, era él mismo quien decía que ella era la del sexo fuerte. Siempre frontal, siempre aferrada a sus ideales. Siempre queriendo salvar el planeta. Brunella, además era una mujer sabia con respecto a todo lo natural, como un libro abierto. Ella creía que tantos avances tecnológicos era una aberración.
Pero en aquel momento, durante una noche cálida con la luz llena inmensa colándose por la ventana, estaba sollozando sobre sus hombros como una niña pequeña.

"Nada mejor para aliviarte que tu postre preferido: ensalada de frutas" dijo Milo a fin de salir de esa situación triste.
"Siempre sabes cómo hacerme feliz, vamos, no quiero que te arrepientas para luego comerte mi porción" dijo Brunella ya con una sonrisa.
"Tienes toda la fruta que quieras para todo el tiempo que yo esté fuera, te he preparado un sin fin de copas" le comentó feliz y orgulloso de su propio gesto.
"¡Si como todo eso, a tu regreso me confundirás con una vaca!" respondió ella con gesto exagerado.
"En ese caso, serás la más hermosa de todas las vacas" remató Milo con tono de burla sana.
Las risas coparon la cocina. Se rieron hasta que les dolía la panza. Bailaron con las copas de ensalada de frutas en la mano mientras de vez en cuando se besaban.
No tenían en mente otra cosa que disfrutar estas últimas cuarenta y ocho horas antes de la partida a Marte.

martes, 16 de septiembre de 2014

A Marte 6

Era un cálida mañana de martes, cuando los primeros rayos atravesaron la persiana de la ventana de la habitación. Brunella había llorado toda la noche. No le caía muy bien Don Silencio, ahora se había convertido en la peor compañía.
No obstante, lo alejó poniendo algo de música y cuando el agua de la pava hirvió, preparó otro té verde.
Luego de desayunar y regar las plantas (su terapia favorita), abrió las puertas de su placard y escogió el vestido más lindo que tenía. Aquel vestido rojo con pintitas blancas le gustaba mucho a Milo.
Había decidido no llorar más. No quería perturbar a Milo y oscurecerle su victoria. No, no podía hacerle ésto. 
Recogió su pelo con una cinta blanca. Brunella seguía teniendo su cara aniñada y sus mejillas de un rosa perfecto. Practicó muchas veces su sonrisa frente al espejo. 
Cortó un par de flores de su jardín y armó un lindo ramo.

Milo, nervioso y ansioso por su inminente partida, abrió el segundo mensaje del C.L.E.
Todo fue demasiado rápido, sólo restaban dos noches y comenzaría la misión a Marte.
Sabía que la noticia sería fuerte para su amada.

A la caída del sol, Brunella apareció en el living de Milo, bellísima, aunque sus ojos no ocultaban su evidente tristeza.

"Milo, no voy a mudarme a esta casa, sabes que tanta tecnología me abruma." le dijo ella, sin mirarlo casi a los ojos.

"Me voy este mismo Jueves Bru" dijo él con la voz quebrada. Intentó abrazarla pero ella se alejó de inmediato. Se sentía rebalsada. Era demasiado. El dolor le perforó el alma.

Allí estaban los dos enamorados y dolidos. A más de tres metros de distancia. Inmóviles, de tal formo que la casa inteligente apagó todas las luces.

Milo y Brunella, con sus corazones quebrados, lloraron en la oscuridad.

lunes, 15 de septiembre de 2014

A Marte 5

Al final la cena improvisada del festejo de la confirmación del C.L.E. , beso y abrazo de por medio, Brunella se fue a su casa.
Camino a ella, en su bici modelo antiquísimo, trataba de calmar su ansiedad y sus miedos. 
Todo había sucedido muy rápido. la humanidad a lo largo de los años había dado grandes paso, menos en cuestiones de los sentimientos. La mayoría de la enfermedades, gracias a Dios, tenían su cura. Menos, las cuestiones del alma. 
Respiraba bocanadas del aire tibio. Intentó cantar canciones a fin de distraerse. Pero nada sirvió. La brisa desparramaba sus lágrimas por su cara triste.
Al llegar a su casa, dejó la bicicleta en el hall de entrada y mientras corría al baño, su ropa iba cayéndose por el pasillo.
Se miró al espejo, desnuda, con los ojos hinchados de tanto llorar. Se sintió pequeña, asustada, todo era demasiado. Se había preparado para este torbellino de sucesos mas fue todo en vano. 
Cuando el agua tibia, casi más tirando a fría, la mojó, aparecieron sus rulos perdidos y pudo respirar mejor. Con sus manos apoyadas sobre la pared de la ducha, agachó su cabeza y dejó el agua correr.
Definitivamente, Brunella no iba a dejar su lugar, su casa. Ella necesitaba de este espacio suyo, con sus bonsais, sus plantas, su huerta orgánica, sus cosas. 
Iría a cuidar de vez en cuando la casa de Milo, muy tecnológica para su gusto, tal vez para no extrañarlo más allá de la normalidad. 

Luego del baño, desnuda, se sentó al borde de la ventana que daba a su pequeño jardín y bebió una taza de té verde.
Se percató que ni sus canarios cantaban, todo era triste.
Entonces apareció él, quizás su nuevo amigo... Don Silencio.