lunes, 29 de septiembre de 2014

A Marte 10

Aquella primera noche, tras la partida de Milo a Marte, Brunella se encontró en su habitación, sentada al borde la ventana, mirando hacia el cielo negro cubierto de estrellas.
Ya no lloraba, ya no tenía más lágrimas que derramar, acaso ni que su amor se hubiera ido para no volver...no, definitvamente no debería seguir llorando en vano.
Apenas se oían algunos pájaros cantando a lo lejos y el ruido de las hojas era poco llamativo. 
Se levantó para ir hacia su jardín, el olor a rosas y fresias la llenaban de energía. 
"Siempre estoy sola a estas horas, aquí, pero esta noche es distinta" pensó de repente.
"Pues, entonces hablemos. Tú eliges el tema Brunella" susurró Don Silencio.
"¿De qué quieres que hable, acaso no me ves como estoy? No tengo ganas de hablar". dijo ella.
"Él debe estar igual que tú, o peor, porque ni siquiera está en su lugar, sino dentro de la inmensidad infinita del espacio"

Era verdad, eso debía ser más difícil que llorar en una ventana...
Pero qué complicado era sacarse esa estúpida, y hasta egoísta, sensación de angustia, de abandono... Brunella no sentía hambre, ni sed, ni siquiera sentía cansancio, era como una pausa eterna, cómo si estuviera detenida en el tiempo y espacio.
No, mejor no pensar en nada relativo al espacio. No era cuestión de, encima, agrandar la distancia física.
Después de todo, tampoco era algo tan trágico.
"Bien querida Bru... es perfecto ese pensamiento. No dejes avanzar tus miedos". 
"No me digas Bru, para ti soy Brunella" dijo con voz firme.

Qué locura. Qué era esto de hablar con el aire...
Después de todo, en plena noche, con la ventana cerrada, la joven bebió un té de tilo y sonrió cuando se vio reflejada en el espero del pasillo de su casa.
Y ya que estaba, saludó a sus plantas, tirándoles un beso. 

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