martes, 2 de septiembre de 2014

El Señor Lotart y La Señorita Marchic 20

El Señor Lotart iba tras ella, con el corazón en la boca. Jamás se había imaginado estar en peligro, cuidando de que unos asesinos no lo maten. Maldita sea la hora que firmó el contrato sucio. Y, para colmo, como un golpe certero a su orgullo machista, su vida dependía de la mujer, que encima, osó rechazarlo, qué en definitiva lo tenía a sus pies... y hasta en esta situación extrema era tremendamente sensual. 
La inteligencia, la forma de empuñar la pistola y sus movimientos hacían de esta mujer, el diablo en persona.

Rápidamente llegaron al auto azul marino de alta gama que tenía Lotart. Con la cabeza entre sus rodillas, el mega empresario, que hasta ese momento se creía un todopoderoso, ocupaba el asiento del acompañante.
La Señorita Marchic arrancó y con una mano en el volante y la otra con su arma, rompió en mil pedazos el portón del garaje. Salieron a toda velocidad.

Un sin fin de disparos se oyeron en medio de la noche.
Muchos dieron en el auto...

Al cabo de unos minutos, cuando ya los asesinos huyeron de la casa y se encontraban alejados de la ciudad, por la ruta provincial 7, Marchic y Lotart no emitían palabra alguna.
Del susto, del miedo y del pánico, el Señor Lotart lucía blanco como un papel. 

Frenaron en una estación de servicio pasando la ciudad de Luján, sobre la ruta.
El rostro de la Señorita Marchic se había transformado.

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