lunes, 15 de septiembre de 2014

A Marte 5

Al final la cena improvisada del festejo de la confirmación del C.L.E. , beso y abrazo de por medio, Brunella se fue a su casa.
Camino a ella, en su bici modelo antiquísimo, trataba de calmar su ansiedad y sus miedos. 
Todo había sucedido muy rápido. la humanidad a lo largo de los años había dado grandes paso, menos en cuestiones de los sentimientos. La mayoría de la enfermedades, gracias a Dios, tenían su cura. Menos, las cuestiones del alma. 
Respiraba bocanadas del aire tibio. Intentó cantar canciones a fin de distraerse. Pero nada sirvió. La brisa desparramaba sus lágrimas por su cara triste.
Al llegar a su casa, dejó la bicicleta en el hall de entrada y mientras corría al baño, su ropa iba cayéndose por el pasillo.
Se miró al espejo, desnuda, con los ojos hinchados de tanto llorar. Se sintió pequeña, asustada, todo era demasiado. Se había preparado para este torbellino de sucesos mas fue todo en vano. 
Cuando el agua tibia, casi más tirando a fría, la mojó, aparecieron sus rulos perdidos y pudo respirar mejor. Con sus manos apoyadas sobre la pared de la ducha, agachó su cabeza y dejó el agua correr.
Definitivamente, Brunella no iba a dejar su lugar, su casa. Ella necesitaba de este espacio suyo, con sus bonsais, sus plantas, su huerta orgánica, sus cosas. 
Iría a cuidar de vez en cuando la casa de Milo, muy tecnológica para su gusto, tal vez para no extrañarlo más allá de la normalidad. 

Luego del baño, desnuda, se sentó al borde de la ventana que daba a su pequeño jardín y bebió una taza de té verde.
Se percató que ni sus canarios cantaban, todo era triste.
Entonces apareció él, quizás su nuevo amigo... Don Silencio.

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