No le importó oír a lo lejos las sirenas de la policía. También se acercaban dos ambulancias, en cierto punto, eso fue algo reconfortante, Marchic no podía morir. No, no era justo. No podía perder a la mujer que había roto todas sus capas.
No le importó estar esposado a una piedra, porque si Regina moría, era la muerte de él también, la muerte misma. Hubiera cambiado toda su fortuna por ver aquellos ojos oscuros abrirse como pétalos de rosas al amanecer.
Cuando la policía lo arrestó, un joven oficial le recitó un sin fin de cosas que dada la circunstancia, Lotart no entendió siquiera una frase corta. Lo único que hacía era ver como cuatro médicos estaban encima del cuerpo de Marchic. Luego, la subieron en la ambulancia.
"¡Sálvenla por favor, se los suplico!" gritaba desesperado el Señor Lotart, una y otra vez.
Sólo el joven oficial, al ver que era un pobre tipo muriendo de amor, tuvo la amabilidad de acercarse.
"Cálmese señor. La Señorita Marchic se va a salvar, eso dijeron los médicos. La derivan al nosocomio más cercano de esta zona." le dijo, a fin de calmarlo.
"Gracias a Dios" dijo en voz alta y continuó llorando mientras subía al patrullero.
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