miércoles, 24 de septiembre de 2014

A Marte 9

El día crucial había llegado.
En el sector, previo a la plataforma de salida, estaban tomados de la mano Brunella y Milo.
Ambos nerviosos, con los ojos a punto de llorar, con un montón de sensaciones flotando a su alrededor. Milo apretaba fuerte la mano de la joven ecologista. Observaba de costado cómo aquel cabello ondeado y de textura suave bailaba gracias al viento. 
Brunella, por su parte, se aferraba a cada hermoso momento compartido y, después de todo, un año pasaría volando. Este era un gran amor, ni siquiera el mejor androide femenino, con una perfección digna de la más pura envidia pero sin alma, podría romper. Por ratos el amor estallaba dentro suyo, desde lo más profundo de su ser.
El resto de la tripulación arribó a la plataforma. Uno de los comandantes, el Comandante Targus, le dio una suave palmada a Milo, en señal de que ya era hora de abordar la nave.
El ruido ensordecedor del gran cohete espacial hizo que Don Silencio huyera despavorido. 
La falda verde lima revoloteaba con las fuertes ráfagas. Las manos de los enamorados no se despegaban. Milo la miró directamente a los ojos.
"Te amo Bru, jamás lo olvides. Son trescientos sesenta y cinco días, casi vamos uno menos amor" dijo él, con la voz firme. Era bueno para mantener la compostura en este tipo de momentos.
Ella no dijo nada. Lo abrazó fuerte, respiró su perfume, para que quede grabado en su olfato. Lo miró y lo besó.
Brunella se quedó en el mismo lugar, observando cómo su amor se iba hacia la nave.
Milo antes de entrar, de dio media vuelta y la miró. Le tiró un beso desde allí.
Finalmente la puerta se cerró.
Las lágrimas de ella brotaron como ríos salvajes, sin control alguno. Lágrimas liberadas a fin de extinguir la angustia oprimida.
Dentro de la nave, el joven astrónomo dejó rodar un par de lágrimas tímidas tras su casco. 

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