viernes, 19 de septiembre de 2014

A Marte 8

La joven Brunella estaba sentada en el borde del tronco, al lado de la entrada del Bosque Artificial.
Yacían dentro del mismo algunos ejemplares originales de la flora verdadera, así como especies que , gracias a Dios, fueron devueltas a la vida de la mano de la ingeniería genética. Era muy difícil distinguir lo natural de lo artificial. 
Luego de las guerras, revoluciones y la contaminación sin escrúpulos de todo el ambiente al ser humano le dio algo de culpa. Eso se podía catalogar como otro milagro.
Con la invención de los androides, se pudieron limpiar ciertos ríos y volver a reforestar zonas donde la tala había sido terrible. La mayoría de los androides tenían partes recicladas. De todo lo malo que habíamos sufrido, algo bueno tenía que haber quedado.
La brisa suave cálida siempre estaba presente. Durante la mañana habían caído un par de gotas pero el sol estaba en el firmamento, radiante.
Brunella no se cansaba de ir a ese lugar. Amaba levantar su cabeza y observar las copas de los árboles, ver las flores a los costados de los senderos y escuchar el ruido propio de la Naturaleza.
Allí, en medio de esa inmensidad verde, Don Silencio era querido.

"De veras lo amas,¿verdad?" dijo él curioso.
"Claro que sí, pero no me perturbes que no quiero llorar ni ponerme triste. Voy a pasar esta tarde como una más de las tantas que pasamos y que pasaremos,¿entendido?" dijo ella respondiendo desde la voz de su cabeza.
"No estoy aquí para ponerte triste, al contrario, estoy para darte fuerzas. No quiero que tus miedos te atormenten. Serán trescientos sesenta y cinco días en los que apareceré más seguido. Tendremos largas charlas." le susurró al oído casi como la brisa misma.
"Sé que estos próximos trescientos sesenta y cinco días serán casi eternos y también sé que él es mi hombre en su totalidad. pero va a ser difícil, aún con toda la tecnología que existe para comunicarnos."  dijo ella.

Se rió de ella misma, hasta el punto de tentarse. Se acostó sobre el pasto verde y dejó cegarse por aquel maravilloso sol que dejaba a sus rayos colarse por las frondosas copas de los árboles.
Milo la observaba maravillado mientras se dirigía hacia ella.

"Quisiera tener tu mirada risueña cuando miras el cielo" dijo él, sorprendiéndola, tirándose a su lado, sobre el pasto.
"Aprende a observarlo, y más que nada, a disfrutarlo. Recuérdalo, deberías, incluso, sacarle una fotografía así te la llevas de recuerdo a Marte."  le aconsejó Brunella.
"Me llevo muchas fotos de ti, con eso me basta. Tú tienes todo lo que me hace feliz." y finalmente la besó.

Luego, ambos se tomaron de la mano y comenzaron a transitar por aquellos senderos artificiales.



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