miércoles, 17 de septiembre de 2014

A Marte 7

Habían pasado una infinidad de minutos en presencia de la oscuridad y del maldito Don Silencio.
Milo entendió que Brunella necesitaba procesar la noticia, no era pues un androide. Era una bella mujer con alma. No se movió, hasta su respiración era casi imperceptible. Sus manos sudaban de nervios, de ganas contenidas de ir a abrazarla. Él también sufría la distancia durante un año. 
Toda victoria conlleva grandes sacrificios.
Del otro lado de la mesa de madera artificial estaba Brunella, con la mente en blanco del colapso de la noticia. Casi cuarenta y ocho horas faltaban para que Milo se fuera a Marte por un año, trescientos sesenta y cinco días...Trató de recordar los ejercicios de respiración que le habían enseñado en la escuela.
Al rato, el amor la inundó, más allá de todos sus lógicos miedos. Caminó hasta su amado, lo abrazó y ambos se quedaron en silencio.
Esa vez, Don Silencio fue más compasivo.
Una música alegre comenzó a sonar dentro de la casa.
Y otra vez el aroma a flores se mezclaba en aquella atmósfera.
Milo acarició aquel pelo castaño suave y rizado. Se miró a él mismo reflejado en los ojos de ella. La miró en su totalidad, de arriba a  abajo, de una punta a otra. Acaso era la mujer más bonita de su universo. Con esa piel dorada, suave a sus manos y que exudaba siempre olor a flores dulces. Sin embargo, la fuerza interna de esta hembra lo había hechizado. Incluso, era él mismo quien decía que ella era la del sexo fuerte. Siempre frontal, siempre aferrada a sus ideales. Siempre queriendo salvar el planeta. Brunella, además era una mujer sabia con respecto a todo lo natural, como un libro abierto. Ella creía que tantos avances tecnológicos era una aberración.
Pero en aquel momento, durante una noche cálida con la luz llena inmensa colándose por la ventana, estaba sollozando sobre sus hombros como una niña pequeña.

"Nada mejor para aliviarte que tu postre preferido: ensalada de frutas" dijo Milo a fin de salir de esa situación triste.
"Siempre sabes cómo hacerme feliz, vamos, no quiero que te arrepientas para luego comerte mi porción" dijo Brunella ya con una sonrisa.
"Tienes toda la fruta que quieras para todo el tiempo que yo esté fuera, te he preparado un sin fin de copas" le comentó feliz y orgulloso de su propio gesto.
"¡Si como todo eso, a tu regreso me confundirás con una vaca!" respondió ella con gesto exagerado.
"En ese caso, serás la más hermosa de todas las vacas" remató Milo con tono de burla sana.
Las risas coparon la cocina. Se rieron hasta que les dolía la panza. Bailaron con las copas de ensalada de frutas en la mano mientras de vez en cuando se besaban.
No tenían en mente otra cosa que disfrutar estas últimas cuarenta y ocho horas antes de la partida a Marte.

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