"¿Sabes que es lo más me gusta de ti? Que no puedo domarte, que nunca sé cuál será tu respuesta o movimiento. Mi vida sin ti es aburrida."
Allí estaba, con el corazón en la mano el Señor Lotart, frente a la señorita Marchic.
Ambos sobre el suelo helado, a un costado de la ruta.
Una bala había herido a Marchic y eso manchaba su precioso vestido. Lotart quedó paralizado y ella, manteniendo increíblemente su postura, volvió a tomar su celular. Dijo unas cosas en códigos, abrazó a Lotart y con las últimas fuerzas, lo besó.
El Señor Lotart la besó con ese amor que jamás experimentó en su vida. Cuando apartó su rostro para contemplar a ese ángel- demonio que salvó su vida, se percató que esos ojos se iban cerrando.
Sin embargo, para su sorpresa, lo había esposado a una pequeña viga de hierro que sobresalía de una roca de cemento.
La adrenalina, la impotencia y el miedo se apoderaron del pobre Lotart. Pero más era el dolor de ver a su amada, a la primera mujer que realmente había estallado todos sus sentidos y de la cual se había enamorado, inconsciente sobre ese piso sucio.
Marchic tenía sus preciosas y extensas pestañas bajas. No podía moverse pero oía el llanto desconsolado de Lotart. Aquel hombre omnipotente resultó ser como cualquier otro hombre. En algún punto ella también se dio cuenta de que se había vinculado más allá de lo laboral. Mas, su boca roja no podía emitir siquiera una sílaba. Eso fue todo, lo último.
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