miércoles, 1 de octubre de 2014

A Marte 12

Ya había realizado cada una de las tareas encomendadas del día. 
La cabina donde se hallaba Milo era menos de la mitad de su habitación, lo cual lo ahogaba cada noche. Tenía solamente una diminuta ventana ojo de buey por donde espiaba la negrura del espacio. Al fin y al cabo, él era apenas una pequeñísima cosa en medio de tal inmensidad.
Se metió en la minúscula ducha y en cinco minutos estaba limpio. Esa práctica higiénica también lo asfixiaba. Luego, con la cara iluminada, tomó la caja que había llevado, la abrió y observó con nostalgia las fotos de Brunella.
Fue un día de mayo, algo ventoso. Habían ido al Cerro de las Estrellas, a unos dos mil kilómetros de la ciudad. A Milo se le ocurrió sacar fotos a su novia cuando ella no estaba atenta. Amaba su naturalidad, esa frescura, y qué mejor idea que fotografiarla.
La primera fotografía era de una despeinada Brunella con sus bucles castaños con destellos algo dorados al sol, contra el viento. Resultado de haber sacado su cabeza por la ventanilla del taxi terrestre. Ella odiaba los taxis aéreos, porque no el permitían ver el paisaje como ella quería, como hacía las generaciones anteriores. Después de todo, ahora casi no había tráfico terrestre, todos volaban.
Tenía la mirada encendida y risueña, y sus ojos de color miel achinados. El sol había teñido de rosa sus mejillas regordetas.
Verla así era sentirla libre, como la misma naturaleza. Como aquella olvidada primera Eva.
Milo sonreía con sólo recordarla.
Luego, tomó la segunda foto. 
Se veía a Brunella con una falda acampanada de color blanco, sandalias del mismo color (lo cual resaltaba su piel trigueña y sus uñas perfectamente pintadas de rosa chicle), una blusa de color turquesa y una vincha en su pelo. Aquel día recibía un premio por haber recuperado una especie de flor en extinción. 
Milo acercó la foto a su rostro y, como si pudiera, olió aquel cabello castaño.
Por un momento cerró sus ojos y recordó su aroma a flores. Su corazón latía contento. Los kilómetros no pesaban tanto de a ratos.
Desde la nave, colgado de su pequeña ventana, Milo guiñó y tiró un beso hacia el Planeta Tierra.
Brunella, en ese instante, estaba regando sus plantas y curiosamente levantó su mirada al cielo y arrojó otro beso.
Sin saberlo, sin imaginárselo, ambos sonreían y ambos se estaban besando.


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