jueves, 30 de octubre de 2014

A MARTE 17

Milo había dormido apenas cinco horas en su cabina. 
Siempre había odiado despertarse con los rayos del sol en su cara, sin embargo lo extrañaba.
Extrañaba el calor, la luz, la brisa, el oxígeno, respirar y caminar.
Extrañaba estar en su oficina con sus cosas y estar en el espacio pero con los pies sobre suelo terrestre.
"Mi vida, mi querida Bru, tú eres a quién más extraño. Extraño tu risa, tu piel contra la mía, tu boca y esos labios carnosos mordiéndome... extraño tu perfume a flores, tus ocurrencias y tu locura... extraño hacerte el amor como tu quieras... salvaje, romántico. Haces de mí lo que se te antoja. Maldita chiquilla del demonio...te adoro, te amo con todo mi ser hermosa de mi universo... Ni siquiera la infinidad del espacio se compara con mi amor por ti." pensaba un Milo angustiado.
Y prosiguió, ya con los ojos rojos de aguantar las lágrimas:" No sé si haber elegido venir a esta misión fue una buena decisión. Lo que sí sé es que apenas llegue te pediré matrimonio, aunque ya nadie se case... es una costumbre que se ha perdido con los años, pero no me importa... a veces creo que eres una mujer del pasado. Bah, a quién engaño, eres la mujer de mi vida." Y lloró.
Miles de kilómetros más abajo, en la Tierra, Brunella volvía de haber pasado otro día estudiando nuevas especies de flora. Agotada, pedaleando con las pocas fuerzas que le quedaban llegó a la casa de Milo. El sol caía sobre la ciudad dejando a la vista un cielo anaranjado y despejado. 
Brunella contempló las estrellas que se iban asomando y recordó a Milo. Sintió latir sus labios como si le estuviesen pidiendo un beso.
"Oh... hace tanto tiempo que no vibro con un beso..." pensó nostálgica.
De repente, la tarjeta de entrada se le escapó de la mano, cayendo con tanta mala suerte, dentro del desagüe. 
En aquel momento quiso largarse a llorar de rabia, trató desesperadamente de meter su brazo por aquella hendidura oxidada pero era muy corto.
Sin tarjeta no podía ingresar a la casa. Y su casa estaba lejos para ir caminando, además del cansancio que tenía. 
Cuando su mente estaba revolucionada y su cuerpo cansado era difícil tomar una decisión. Los pensamientos e ideas parecían haberse anulado, entrado en una especie de pausa obligatoria.
Se soltó el cabello y no le importó parecer una loca despeinada. Era en aquel instante donde Milo estaba para tranquilizarla y hacer que se calme con tan solo abrazarla.
Pero estaba sola... cansada, con hambre y sin poder entrar a ninguna de sus casas.
Qué ironía.

La noche se hizo presente y Brunella seguía sentada sobre la vereda.

"Hola,¿puedo ayudarte"
La joven alzó su mirada y se encontró con aquel hombre, seguramente de su misma edad.
La primera impresión fue buena, su rostro era puro, fresco y sus ojos reflejaban ternura. 
Jonás se quedó esperando que ella reaccionara. 
Brunella se había quedado petrificada ante él. Al fin y al cabo, era un desconocido. Se levantó del suelo y trató de dar unos pasos hacia atrás, acomodándose al mismo tiempo su loca cabellera revolucionada. 
Sus mejillas se sonrojaron.
"¿Estás bien?" volvió a preguntar Jonás, algo preocupado.
"Sí...bah, en realidad no" dijo ella nerviosa."Es que me quedé fuera de casa" continuó diciendo.

Allí yacían, sobre la vereda ardiente y bajo el cielo negro estrellado, la joven ecologista y su nuevo vecino, que como el caballero que era, trató sin lograrlo, de recuperar la tarjeta de entrada.
Al guapo vecino no le preocupó romper su camisa ni ensuciarse sobre el piso de asfalto. Se sintió un verdadero idiota al no lograr su objetivo.
Brunella estaba risueña, era una mezcla de sensaciones que habían despertado. Don Silencio ni siquiera estaba a 1000 metros a la redonda. Quizas todo era producto del agotamiento físico y mental, quizás estaba feliz de tener alguien con quien hablar, como un amigo nuevo... aunque reconoció de entrada que era un vecino con unos ojos marrones café muy bonitos. Le causó algo de ternura verlo luchar contra la maldita tarjeta.
Se rió a carcajadas cuando se dio por vencido luego de haber estado tirado en el piso caliente por casi media hora.
"No te preocupes, creo que he juntado algo de fuerzas para volver a mi casa" dijo ella.
"¿Acaso esta no es tu casa?" dijo él intrigado.
"No, estoy encargada de cuidar esta casa" respondió con la mirada hacía el suelo.
"Te pediré un taxi entonces, no son horas para que vayas sola por la calle. No quiero sentirme culpable si te pasa algo en el camino" dijo Jonás muy seguro.
Apenas se subió al taxi, Brunella lo miró sin pestañear. Jonás le sonrió tímidamente y tuvo la sensación de haberla conocido de antes.
"¿Por qué mierda no le dije que era la casa de mi novio?" pensó ella mientras iba rumbo a su casa.
"¿Por qué carajo no dejo de pensar en mi vecina de cabello alborotado?" pensaba él recostado en su cama.







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