viernes, 4 de julio de 2014

Fragilidad

Como cada mañana, Helena llegaba al trabajo y prendía su computadora. Siempre hacía lo mismo, en silencio.
Pero ese día nublado se la veía apagada. Ni siquiera se había maquillado como usualmente lo hacía. No hubo ni una leve sonrisa.
A mí me atraía pero nunca me animé siquiera a tomar un mísero café. Apenas hablábamos poco en nuestro lugar de trabajo, y sobre cosas de trabajo.
Me preocupé, no puedo negarlo. Me partía el corazón verla así, sin esa frescura tan característica de ella.  
Apenas le dio un par de sorbos a su té. Tenía los ojos medio rojos, supongo había estado llorando gran parte de la noche.
Nadie le preguntó absolutamente nada. Ninguno se atrevió a indagar sobre su vida privada.
Con ella sucedía algo raro: era de esas mujeres, que si bien no era dueña de esas bellezas comerciales, resultaba atractiva, había algo en ella que hacía que no pasara desapercibida; sin embargo, al mismo tiempo, imponía un respeto extremo. Solía charlar muy poco con pocos de nosotros, y nada tenía que ver la jerarquía porque estábamos en el mismo nivel.
En un momento imaginé que quizás Helena estaba enferma.
Pasaron las horas y noté que no había comido.
Solía sonreír mientras hablaba por teléfono, cantar mientras tipeaba algún mail, estirar los músculos del cuello de forma graciosa.
Nada de ésto había sucedido. El día gris acompañaba su rostro opaco.
Yo salí a almorzar y cuando volví la vi tal cual como cuando me había ido. Seguía triste...
De repente, un ruido me avisó que tenía un correo nuevo en mi bandeja de entrada.

De: Helena H.
Para: Ignacio I.
Asunto: Nada
Enviado: Viernes 21/03/13  03.33 p.m.

No estoy enferma. No te preocupes. No quiero hablar pero quería avisarte.

Helena


Me sorprendió. Tal vez sea el peor disimulado del mundo. Un idiota.
Decidí prepararme un café.
Mientras batía enloquecido ella entró a la cocina con su rostro triste.
Me hice el tonto, como si no la hubiera visto. Sí, lo sé, un verdadero estúpido.
Aquella mujer admirable había comenzado a gimotear cual niña de jardín de infantes. Y su llanto no tardó en llegar.
Me abrazó y yo sentí que un carnaval de había desatado en mi cuerpo. Y mi mente no entendía nada. La abracé fuerte y le saqué el mechón de cabello negro de su cara pálida.
Un millón de veces había imaginado tenerla así, aunque triste, la verdad, no daba gusto.

"Todos creen que puedo manejar todo. Todos creen que soy muy fuerte, y sí, lo soy. pero al amor de mi talón de Aquiles. No sé nada. No puedo. No puedo amar ni dejar que me amen.
Es triste que te diga ésto a vos que apenas hablamos. No sé Ignacio. Sólo quiero este abrazo. No importa si sos compañero, amigo, novio o un extraño. Necesitaba este abrazo. Gracias, de verdad, gracias porque si no me aferraba a tus brazos, estallaba."

Me dió un beso en la mejilla y se fue sollozando.
Yo seguí sin entender qué había sucedido. Al café nunca terminé de batirlo. Me quedé perplejo. La cocina había quedado impregnada de su perfume.

Yo tampoco volví a sonreír durante aquel día. 



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