lunes, 2 de junio de 2014

La Ventana de la Casa Azul

Una montaña dominante en medio del gran valle se observaba desde la ventana de la casa pintada de azul.
Cada vez que se abría la ventana más grande, la del balcón de Eloísa, era como ver una preciada obra de arte, un hermoso cuadro que todos los días tenía algo diferente.
Eloísa solía asomarse cada mañana, no importaba qué estación del año fuese, para ver cómo José llegaba a la casa.
Bajaba casi sin tocar los pies en el suelo y terminaba entre sus brazos.
El perfume de José era su aroma preferido, le daba esa sensación de paz y alegría.
A su lado no existían días grises, no existían días opacos ni negros.

Un día José no apareció y el corazón de Eloísa se puso inquieto. El aire se puso denso. Abrió la ventana y el viento frío rozó sus mejillas pálidas.
Miró unos minutos, que luego fue una hora, luego fue una mañana entera...un día entero.
Tendida sobre su cama de roble, Eloísa lloró. La casa se puso triste porque sin explicación alguna las lámparas se fueron apagando una a una, la cocina estaba fría y no había olor a pan recién horneado. Las flores de las macetas se marchitaron. Ningún ruiseñor cantó durante el día. La oscuridad se adueño de cada espacio...

Pasaron más días y más noches. José se había ido para no volver. 
La pequeña niña abría la ventana, miraba la montaña a lo lejos y tiraba un beso al cielo. No había un día en que no lo hiciera. Sus lágrimas pesaban cada vez menos y sus buenos recuerdos con José alegraban su corazón y aumentaban aquellas sonrisas perdidas.

Una noche, luego de varios años, José regresó en un sueño. Estaba sentado sobre una gran piedra, en la montaña que se veía desde la ventana de la casita azul de Eloísa. 
Ella corrió hacia sus brazos y sus lágrimas mojaron el regazo de José. Quiso decirle cuánto lo extrañaba, cuánta falta le hacía y por sobre todas las cosas, quería decirle cuánto lo amaba.
Tenía tanto para decirle, tenía tantos besos y abrazos acumulados para él que no podía hablar.
Lo abrazó fuerte y José, siempre tan dulce, la envolvió en sus brazos y puso su pequeña cabecita en su pecho. Le acarició el pelo y le comentó cómo era el cielo.
"No llores ni pequeña niña, amor de mis amores, no llores porque estoy muy bien. Yo no te extraño porque cada día estoy a tu lado, desde que despertas y abrís la ventana, hasta que cerrás la ventana y cerrás tus hermosos ojos negros" le susurró con aquella voz dulce que tranquilizaba su alma encendida.
De vez en cuando, José, el abuelo de Eloísa, se le aparecía en sueños. Así ella fue creciendo y fue entendiendo que en vez de llorar en esos encuentros, debía estar sonriente y feliz para él.
La luz se fue encendiendo y la casa azul volvió a verse colmada de flores de todos los colores.

Eloísa jamás volvío a sentirse perdida y desolada en medio de la oscuridad.  Cada mañana abría su ventana y saludaba a la vida y a su amado abuelo José que le sonreía desde algún punto azul del cielo.

2 comentarios:

  1. En algunos lugares se pintan las puertas y ventanas de color azul, para ahuyentar a los mosquitos y para evitar que entren a la casa los malos espíritus...Cuanta creencia, cuanta fe...hermoso cuento de la niña Eloísa...Un abrazo azul.

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  2. Hola Kim, gracias por el dato del color azul, no lo sabía! Todos los días aprendemos algo nuevo. Gracias por tanto cariño y me alegra el corazón que te gusten mis historias.

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