Lotart la miró sorprendido, era como ver un ángel o acaso, más bien, el mismo demonio. El rostro de esa mujer era fresco, apenas con sus largas pestañas pintadas y su infaltable labial rojo que resaltaba sobre aquella tez clara. Tenía puesto un vestido negro, ajustado a su bella figura, como una escultura perdida.
"Si hay algo que pueda hacer para ayudar algún inconveniente en algún negocio, sólo debe pedírmelo y con gusto haré mi trabajo" le decía la Señorita Marchic a este Lotart trasnochado.
Él se levantó de su sillón, bebió unos cuantos sorbos de café y caminó hasta el gran ventanal.
"Efectivamente Señorita Marchic, como delata mi cara (le pido disculpas por mi aspecto de hoy) hay serios problemas." comenzó a decir Lotart, y prosiguió " Y creo que usted me seria de mucha ayuda, es usted una mujer brillante".
Hubo un silencio y mientras el Señor Lotart pensaba que quizás éste era el momento de avanzar, Marchic sonrió triunfante. Había ganado su confianza.
Pero había que reforzar esa confianza y ahora el momento indicado.
La Señorita Marchic se acercó a Lotart con la excusa de retirarle la taza de café. Al rozar su mano, tanto ella como él sintieron una vibración extraña, caliente. Más allá de lo planificado, a ella se le estremeció todo su cuerpo y cerró sus ojos.
Él, como poseído, al fin, apoyo su boca junto a la de ella. Y el beso soñado había llegado.
Marchic había dado un paso gigante. También había experimentado la dulzura, y el erotismo del hombre deseado por todas.
Doble victoria.
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